¿Está usted muerto?

Siempre se nos ha dicho y damos por hecho que somos seres vivos porque respiramos, nos alimentamos, nos movemos, pensamos, amamos, etc. Es así como se define la vida de los seres humanos, una vida denominada por los griegos como BIOS, la vida sostenida por el aire que respiramos y los alimentos que ingerimos; sin embargo, la vida por excelencia no es esa, la vida BIOS se termina con la muerte, la vida por excelencia no termina nunca, es eterna, no la sostiene nada, por tanto, la muerte no tiene cabida ni poder en ella. Esa es la vida que Jesucristo nos ofrece (Juan 10:10). Los griegos la denominaban ZOE.

¿Por qué nos ofrece Jesús esta vida? ¿Acaso no somos seres vivos? ¿Acaso no tenemos vida? ¿Qué Dios no nos hizo a su imagen y semejanza, lo que incluye su vida misma?

Esta vida física (BIOS) llega a fin, dejándonos la incertidumbre de por qué se acaba, lo que nos hace manifestarnos con el anhelo de poder seguir viviendo aunque sea en otra dimensión. En México, como en otros lugares, en el mes de noviembre se celebra el culto a los muertos de diferente manera: queriendo convivir con ellos, aunque sea una vez al año, en casa o en los panteones, compartiendo en familia los alimentos que le agradaban al difunto; riéndonos de la muerte con versos y coplas jocosas, con bailes y comparsas carnavalescas o simplemente ignorando el hecho.

El Jesús humano nos afirma también que, además de darnos vida porque en Él está la vida (Juan 1:4), él es la Resurrección y la vida (Juan 11:25).

Esta afirmación nos hace reflexionar: ¿Acaso no tengo vida? ¿Acaso estoy muerto?

Vayamos al origen de todo: en Génesis 2:3 Dios nos dice: “Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: «No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán

¿El hombre obedeció la orden? Veamos: “La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió.” (Génesis 2:6)

Dios había puesto al alcance de la mano la vida por excelencia, representada por el árbol de la vida, sin embargo fue rechazada; el hombre la rechazó y decidió escoger la muerte.

¿Qué tipo vida siguió viviendo el hombre? La vida BIOS, la vida física, que acaba en la tumba.

Pero la vida de Dios, la vida por excelencia ya no estaba disponible para el hombre pues él YA ESTABA MUERTO.

Ya muertos Adán Eva engendraron a sus hijos de quienes desciende toda la humanidad, una humanidad muerta, sin la vida por excelencia, la vida de Dios.

Sin embargo Dios en sus planes contempló adoptar a esta humanidad muerta e impartirle la misma vida de Dios. Jesucristo vino en carne humana para impartir vida a toda la humanidad muerta; por eso dice: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25).

En el principio, en un instante de la eternidad, Dios crea seres humanos a su imagen y semejanza para que puedan ser “santos y sin mancha delante de Él” (Efesios 1:4), cuando todavía no existía la materia, el universo. Y planea adoptar a la humanidad muerta por el pecado de Adán y Eva, para cumplir su propósito de hacernos santos y sin mancha delante de Él. Para ello, el Hijo encarna en un ser humano, despojándose de su divinidad y ejerciendo una humanidad dependiente totalmente de Dios; así Dios actúa a través del Jesús humano, quien no hace nada por su propia cuenta, sino que cumple la voluntad del Padre, dejándonos ejemplo de que sí se puede vivir una humanidad dependiente totalmente de Cristo.

Para entender este punto es necesario saber quiénes somos en Cristo, lo cual es motivo de otra reflexión.

El hecho de que Dios, en la persona del Hijo, encarnara en Jesús (la vida por excelencia), da vida a esta humanidad muerta.

En y con Cristo hemos sido resucitados a la vida por excelencia (zoe); ahora, como dice el apóstol Pablo: “hemos sido resucitados y estamos sentados a la derecha del Padre” EN CRISTO.

Este conocimiento es vital para nuestro futuro eterno: la humanidad estaba muerta por el pecado [usted estaba muerto(a)], pero ha sido resucitada por quien es la resurrección y la vida: Jesús, quien es la luz, la vida, el resplandor de la gloria del Padre (Hebreos 1:3). Ahora gozamos de la misma relación pericorética que gozan el Padre, el Hijo (Jesús) y el Espíritu Santo.

Dios ha extendido su misma naturaleza a los humanos quienes hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en Cristo (Efesios 1:3).

Así que ya no estamos muertos; ahora gozamos de la vida por excelencia, la misma vida del Dios Eterno y Santo. A Él sea la gloria por toda la eternidad. Amén.

Rubén Ramírez Monteclaro

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