Mientras nos preparamos para celebrar el nacimiento de nuestro Redentor, las palabras iniciales de un precioso himno resuenan en mi cabeza: “Hay un redentor, Jesús, el propio Hijo de Dios”. Redención no es una palabra que usemos a menudo en la vida cotidiana, a menos que estemos hablando de entregar un cupón para ahorrar dinero, o de intercambiar puntos por productos. Algunas estaciones de servicio otorgan un porcentaje de ahorro, que anotan en la cuenta de cada cliente al comprar el combustible, y que luego estos pueden redimir o canjear al pagar sus compras. A veces hablamos de redimir el tiempo, especialmente para compensar una juventud disipada u oportunidades desaprovechadas.
Sin embargo, incluso cuando pensamos en redención como una palabra religiosa, podemos no tener claro su significado. Una conocida historia de redención se encuentra en el libro de Rut, una historia bíblica de amor, por así decirlo; la tragedia y triunfo de una joven viuda y de su héroe, pariente redentor, Booz. Quizás conozcas la historia. La experiencia de Rut nos ayuda a entender lo que significa ser redimido.
Bajo las leyes del antiguo Israel, el pariente más cercano a la viuda, en este caso Rut, podría, a petición suya, casarse con ella y así restablecer la tierra perteneciente a la familia, y continuar la línea familiar del marido fallecido.
Cuando Rut se acostó a los pies de Booz en la era, ella no se estaba comportando inadecuadamente; sino que estaba reclamando su derecho a hacerle su pariente redentor. Otro pariente más cercano que tenía la primera prerrogativa declinó casarse con Rut y el resto es historia. De esta manera Rut tomó su lugar en la genealogía de Jesús.
Al casarse con Rut, que era una nuera gentil de Noemí, una “don nadie” para la sociedad de Israel de aquel tiempo, Booz le había devuelto su honor, su dignidad, sus tierras y su herencia. Y por extensión, Noemí, también recuperó su vida y recibió un futuro y una esperanza.
Booz era un tipo de Cristo, señalando a Jesús como el pariente Redentor de toda la humanidad, que nos rescataría del pecado y de la muerte. Jesús se entregó por nosotros, restaurando nuestra esperanza y nuestro futuro. Su sacrificio nos salva de la servidumbre al dueño errado y nos libera para estar en él, con bendiciones hoy y la esperanza de la vida eterna con él.
Lo más hermoso de nuestra redención es que no fue una transacción. De la misma forma que Rut no tenía nada que ofrecer a Booz, solo a sí misma, nosotros tampoco tenemos nada que ofrecer a Jesús sino a nosotros mismos, con todos nuestros pecados y fallas, sin ser a cambio de cupones acumulados o cualquier otra cosa. Fue un plan que Dios había formulado desde antes de la fundación del universo, y fue motivado y moldeado por una cosa: su amor increíble.
Al hacerse humano tal y como nosotros lo somos, pero permaneciendo Dios; de cigoto a embrión y a feto, luego de bebé a niño, de preadolescente, a adolescente y por último a adulto, Jesús nos redimió completamente, sanando nuestros pecados y nuestra separación, y atrayéndonos a sí mismo. Así como Booz cambió la vida de Rut, convirtiéndola en parte de su familia para que nunca más fuese una extraña, así también Jesús nos ha llevado a la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y, en él, no somos extraños nunca más. Nuestro Pariente Redentor se convirtió en uno de nosotros para hacernos uno con él. †
Foto por Li Taipo
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