Filipenses 3:3-11
¿Se acuerda usted de sus propósitos para este 2013?
¿O ya se le olvidaron?
¿Se acuerda cuál es el propósito sugerido el mes pasado, al inicio del año?
Se lo voy a recordar: “…resulta imperante conocer más a Dios y para lograrlo, debemos pasar más tiempo en su compañía, en un eterno noviazgo-matrimonio, departiendo las delicias de esta vida a la cual nos ha destinado”
El evangelio de Juan comienza diciéndonos que Jesús ES Dios, eterno, omnipotente, infinito, omnisapiente, omnisciente y una larga lista de cualidades, entre las que destaca AMOR. Él es la imagen perfecta del Padre. Como hombre tiene cualidades que otro hombre no tiene por sí mismo, pero Él, por el hecho de ser Dios y humano, ha dispuesto que todos los humanos tengamos sus mismas cualidades, incluyendo el vivir por siempre. Juan 17:2 dice: “Él (Jesús) da vida eterna a cada uno de los que tú le has dado”. Y reafirma cómo es que nos da la vida eterna: “Y la manera de tener vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste a la tierra”. (Juan 17:3).
Tal vez nos preguntemos, bueno, ¿Cómo conocer a Dios y a Jesucristo? ¿Y por qué…?
La forma en que conocemos a Dios es la misma que utilizamos para conocer a otras personas: pasando mucho tiempo con ellas, conversando, abriendo el corazón, haciendo planes juntos, realizando acciones juntos, compenetrándose de tal forma que, al final, manifestamos los mismos sentimientos y hasta nos adivinamos los pensamientos; este tipo de relación se da en diferentes niveles, siendo el más profundo el de un noviazgo y matrimonio eternos. Dios es relación eterna.
En el matrimonio, tal como Dios lo instituyó, se da una relación de entrega total e interés genuino y superior por la otra persona. Este tipo de relación es la que Dios ha establecido para los humanos y su Creador, porque esa es la clase de relación que vive el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El apóstol Pablo lo pone por escrito, dando el crédito que tiene la Palabra de Dios, en Efesios 5:31-32: “Como dicen las Escrituras: «El hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo». Eso es un gran misterio, pero ilustra la manera en que Cristo y la iglesia son uno”. Esta es la forma en que Dios quiere que lo conozcamos. Y para lograrlo necesitamos hacer cambios en nuestra forma de pensar, sentir y actuar; experimentar el amor que Dios nos profesa para profesarlo a nuestros semejantes, que en palabras de Dios son nuestros hermanos: otro nivel de relación divina. Dios es uno y nosotros somos uno en Él.
Cuando experimentamos el amor, sucede un milagro en nuestras mentes: dejamos de poner en primer lugar nuestra persona y nos preocupamos más por otros; así es como Dios ama.
Consideremos la magnitud del amor de Dios: «Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». (Juan 3:16) A Dios le ha dado mucho gusto compartir su propia vida con nosotros, sin poner límites ni egoísmos, al encarnar en un ser humano esclavo de todos sus arrebatos, deseos, ruindades, egoísmos, y un largo etc.
¿En quién confiaba nuestro Salvador?
Veamos qué nos dice Él mismo: “—Mi enseñanza no es mía —replicó Jesús— sino del que me envió”. (Juan 7:16); “Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras” (Juan 14:10); “Pero estas palabras que ustedes oyen no son mías sino del Padre, que me envió”. (Juan 14:24)
¿En quién confía usted?
Yo sé en quién confiamos más: EN NOSOTROS MISMOS. Esa es la tendencia de todo ser humano. Dios lo sabe muy bien, porque nos conoce mejor que nosotros mismos.
Pero nos ama de tal manera que se ha dado todo a nosotros y nos instruye para que también nosotros confiemos solamente en Él, en la manifestación pura, plena y total de ese amor: Jesucristo. Él tiene el poder para hacernos justos, “santos y sin mancha” y podemos confiar en que así es porque Él es veraz y lo que promete lo cumple. Cuando lo conozcamos real y plenamente, entonces no tendremos dudas al respecto.
Escuchemos sus enseñanzas en palabras del apóstol Pablo:
“Confiamos en lo que Cristo Jesús hizo por nosotros. No depositamos ninguna confianza en esfuerzos humanos” (Filipenses 3:3)
Como Cristo Jesús ES Dios, lo puede hacer todo sin equivocarse porque conoce el principio y el fin de su misma creación; además, como perfecto, sabe lo que nos hace bien y lo que nos causa daño, por eso el exhorto del apóstol Pablo de no confiar en nosotros mismos, porque como humanos imperfectos, podemos equivocarnos y lo más significante: nos hacemos daño.
Cristo Jesús ya hizo todo lo que necesita el ser humano para alcanzar la perfección y cumplir el propósito de su vida, una vida en completa comunión con su Creador. En Él todos somos uno.
Luego el apóstol, pone su ejemplo de las cualidades (de acuerdo con su perspectiva humana) que son importantes y que pudieran servir para confiar en ellas: “aunque, si alguien pudiera confiar en sus propios esfuerzos, ése sería yo. De hecho, si otros tienen razones para confiar en sus propios esfuerzos, ¡yo las tengo aún más! Fui circuncidado cuando tenía ocho días de vida. Soy un ciudadano de Israel de pura cepa y miembro de la tribu de Benjamín, ¡un verdadero hebreo como no ha habido otro! Fui miembro de los fariseos, quienes exigen la obediencia más estricta a la ley judía. Era tan fanático que perseguía con crueldad a la iglesia, y en cuanto a la justicia, obedecía la ley al pie de la letra”. (Filipenses 3:4-6)
Estas palabras el apóstol pudieran ser nuestras, adaptadas a nuestra época; tal vez haya alguien que pudiera decir: “Yo tengo riqueza, un título profesional, mi futuro está asegurado, nadie me hace daño, la derrota no está en mi vocabulario, etc.”
Pero veamos cómo nos escribe con amor acerca de lo que él creía que era valioso en este mundo y de la importancia y el resultado que obtuvo por conocer a Cristo Jesús: ”Antes creía que esas cosas eran valiosas, pero ahora considero que no tienen ningún valor debido a lo que Cristo ha hecho. Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor”. (Filipenses 3:7-8)
Pablo se dio cuenta de que el conocer a Dios es lo más valioso que puede experimentar un ser humano, porque de esa manera encontró el verdadero motivo de la vida; experimentó la vida eterna en una comunión íntima con el eterno Creador (Juan 17:3)
Escuchemos sus palabras:
“Por amor a él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo y llegar a ser uno con él. Ya no me apoyo en mi propia justicia, por medio de obedecer la ley; más bien, llego a ser justo por medio de la fe en Cristo. Pues la forma en que Dios nos hace justos delante de él se basa en la fe. Quiero conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de los muertos. ¡Quiero sufrir con él y participar de su muerte, para poder experimentar, de una u otra manera, la resurrección de los muertos!” (Filipenses 3:8-11)
Dice el apóstol que seamos imitadores de él como él lo es de Cristo (1 Corintios 11:1) así que los invito a reflexionar acerca del mejor propósito no de año nuevo nada más, sino de toda la vida; consideremos lo expresado en Filipenses 3:8-11 como una norma de vida. La vida eterna siendo un solo ser en y con Dios es el propósito de nuestro Creador para nosotros sus hijos amados en quien se complace, es algo que no se debe menospreciar sino acoger con gozo inefable y regocijo eterno ya que no nos ha costado nada, Cristo lo ha hecho todo por amor.
De esta manera entenderemos y viviremos la vida de la manera como Dios la concibió desde antes que existieran todas las cosas.
Este gesto de amor de nuestro Padre merece toda la gratitud, honra, loor, honor y alabanza, así que no nos detengamos y prestémonos a dársela. Vivamos este matrimonio divino. Es para siempre.