Michael Morrison
Mateo 9, como la mayoría de los otros capítulos en Mateo, habla acerca de varios eventos en la vida de Cristo. Pero estos no son reportes al azar— algunas veces Mateo pone unas historias junto a otras porque ellas vierten luz unas a otras. Ellas dan ejemplos físicos de verdades espirituales. En el capítulo 9, Mateo relata varias historias que también se encuentran en Marcos y Lucas—pero la versión de Mateo es mucho más corta, más al punto.
Autoridad para perdonar
Cuando Jesús regresó a Capernaúm, unos hombres le llevaron un paralítico, acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: ¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados! En fe, ellos trajeron a éste hombre a Jesús para ser sanado, y en lugar de sanarlo, Jesús simplemente dijo que sus pecados estaban perdonados. El problema más serio del hombre no era su parálisis—sino sus pecados— y Jesús primero tomó cuidado de eso.
Pero algunos de los maestros de la ley murmuraron entre ellos: « ¡Éste hombre blasfema!» (v. 3). Sólo Dios puede perdonar el pecado, pensaban ellos, así que Jesús estaba reclamando demasiado para Sí mismo.
Como Jesús conocía sus pensamientos, los reprendió por sus malos pensamientos, y los desafió: ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados quedan perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados—se dirigió entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y el hombre se levantó y se fue a su casa (vv. 5-7).
Es fácil hablar del perdón divino, pero es difícil probar que realmente ha acontecido. Así que Jesús realizó un milagro de sanidad para poder mostrar que Él tenía la autoridad para perdonar pecados. Su misión en la tierra no era sanar las enfermedades físicas de todos, y ni siquiera sanó a todos en Judea. Más bien, Su misión era anunciar el perdón—y que Él era la fuente del perdón. Éste milagro fue diseñado no para anunciar las sanidades físicas, sino para anunciar algo más importante: la sanidad espiritual.
Al ver esto, la multitud…glorificó a Dios (v. 8) —pero no todos estaban felices.
Comiendo con pecadores
Después de éste incidente, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos. «Sígueme», le dijo. Mateo se levantó y lo siguió (v. 9). El hecho de que Mateo tenía una “mesa” sugiere que Él recolectaba los impuestos de personas que transportaban cosas a través del área—quizás incluso de pescadores que llevaban su pesca al pueblo para venderla. Él era un agente de aduanas, un cajero que cobraba por el uso del camino, y un ladrón del camino designado por los romanos. Pero Mateo dejó su lucrativo trabajo para seguir a Jesús, y la primera cosa que él hizo fue invitar a Jesús a un banquete con sus amigos.
Mientras Jesús estaba comiendo en casa de Mateo, muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y comieron con él y Sus discípulos (v. 10). Sería como que un pastor fuera a una fiesta en una mansión de la mafia.
Los fariseos notaron el tipo de compañías que Jesús mantenía, pero no lo desafiaron directamente. En vez de eso, ellos preguntaron a Sus discípulos: ¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y con pecadores? (v. 11). Los discípulos mismos podrían haber estado un poco desconcertados, y finalmente Jesús dio la respuesta: No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Pero vayan y aprendan lo que significa: “Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios” [Oseas 6:6]. Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores (v. 12). Él tenía la autoridad para perdonar—y también, ésta era una sanidad espiritual.
Así como un doctor se acerca a los enfermos, Jesús se acercaba a los pecadores porque ellos son el tipo de personas que Él puede ayudar. (Por supuesto, todos somos pecadores, pero ese no es el punto que Jesús está elaborando aquí). Él llamaba a las personas para que fueran santas, pero no les requería que fueran perfectas antes de llamarlas.
Así como nosotros necesitamos misericordia más que juicio, Dios quiere que extendamos misericordia más que juicio. Si nosotros hacemos todo lo que Dios nos dice que hagamos (e. d., sacrificios), pero fallamos no teniendo misericordia hacia los demás, hemos fracasado.
Lo nuevo y Lo antiguo
Los fariseos no eran los únicos que estaban desconcertados con el ministerio de Jesús. Los discípulos de Juan el Bautista hicieron ésta pregunta: ¿Cómo es que nosotros y los fariseos ayunamos, pero no así tus discípulos? (v. 14). Ellos ayunaban porque se sentían mal de que la nación se hubiera desviado de Dios.
Jesús contestó: ¿Acaso pueden estar de luto los invitados del novio mientras él está con ellos? Llegará el día en que se les quitará el novio; entonces sí ayunarán (v. 15). No hay necesidad de llorar mientras estoy aquí, dijo Él—pero insinuó que Él sería finalmente “quitado”—removido a la fuerza— y entonces Sus discípulos llorarían y ayunarían.
Entonces Jesús dijo un desconcertante proverbio: Nadie remienda un vestido viejo con un retazo de tela nueva, porque el remiendo fruncirá el vestido y la rotura se hará peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos. De hacerlo así, se reventarán los odres, se derramará el vino y los odres se arruinarán. Más bien, el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así ambos se conservan (vv. 16, 17).
Jesús no vino a “remendar” el enfoque fariseo de agradar a Dios. No estaba tratando de añadir misericordia a los sacrificios que los fariseos enseñaban, ni tampoco estaba tratando de verter nuevas ideas dentro de un molde antiguo. Más bien, Él estaba empezando todo de nuevo, trayendo algo totalmente nuevo. Lo llamamos el nuevo pacto.
Resucitando a los muertos, limpiando a los impuros
Mateo entonces conecta otra historia con ésta, al decirnos: Mientras Él les decía esto, un dirigente judío llegó, se arrodilló delante de Él y le dijo: —Mi hija acaba de morir. Pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá (v. 18). Aquí está un inusual líder religioso—uno que tenía fe en Jesús. Jesús fue y resucitó de los muertos a la niña (v. 25), pero mientras iba de camino, alguien más vino a Él por sanidad:
En esto, una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. Pensaba: «Si al menos logro tocar Su manto, quedaré sana». Jesús se dio vuelta, la vio y le dijo: — ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha sanado. Y la mujer quedó sana en aquel momento (vv. 20-22).
La mujer estaba impura debido a su hemorragia. La ley de Moisés decía que las personas no debían tocarla. Pero Jesús tenía un nuevo enfoque. En vez de evadirla, la sanó cuando la tocó. Mateo hace resaltar la razón: la fe.
La fe es lo que hizo que los hombres trajeran a un amigo paralítico. La fe es lo que motivó a Mateo a dejar su empleo. La fe trajo a un líder religioso a buscar la vida para su hija muerta, trajo a una mujer a buscar sanidad para su continua hemorragia, y trajo a los ciegos a buscar la vista (v. 29). Todo tipo de achaques, pero una sola fuente de sanidad: Jesús.
El significado espiritual es claro: Jesús perdona el pecado, da nueva vida y nueva dirección en la vida. Él nos limpia y nos ayuda a ver. Este vino nuevo no es vertido dentro del antiguo molde de Moisés— ¡éste vino nuevo crea su propio molde! El ministerio de Jesús está construido alrededor de la misión llamada misericordia.