Nací en un hospital de la Marina en Pensacola, Florida, Estados Unidos. Nadie supo que estaba saliendo hasta que mis pies se presentaron a sí mismos al doctor. Afortunadamente no necesité mucho tiempo para salir y no hubo complicaciones. Me gané el apodo afectivo de “zancas de rana” durante los primeros días de mi vida.
Todos tenemos una historia de nuestro nacimiento. A los niños les encanta escuchar las narraciones de su nacimiento y a las madres les gusta contar los detalles sobre cómo llegaron al mundo sus bebés. Un nacimiento es un milagro y a menudo trae lágrimas a los ojos de aquellos que lo contemplan.
La mayoría de los nacimientos desaparecen pronto de la memoria, pero hay uno que nunca se olvidará, incluso en la eternidad. Desde el punto de vista exterior fue normal, pero su importancia se sintió alrededor del mundo y continúa afectando las vidas de las personas en todos lugares.
Cuando Jesús nació se convirtió en Emmanuel, Dios con nosotros. Hasta que vino Jesús, Dios estaba “con nosotros” solo de formas específicas y con ciertas personas. Mostró su presencia en la columna de nube, de día; y en la columna de fuego, de noche. Estuvo con Moisés en la zarza ardiente que no se quemaba, y con Josué cuando cayeron las murallas de Jericó.
Pero su nacimiento como ser humano le hizo tocable, le dio ojos, oídos y boca. Comió con nosotros, nos habló, nos escuchó, rió con nosotros y nos tocó. Lloró y sintió dolor. Por medio de su sufrimiento y tristeza comprendió nuestros sufrimientos y tristezas. Estuvo con nosotros y fue uno de nosotros.
Al convertirse en uno de nosotros, Jesús contestó el lamento de todos los tiempos: “Nadie me comprende”. En Hebreos 4:15 dice que es un sumo sacerdote que puede compadecerse de nosotros porque pasó por la misma clase de tentaciones por las que pasamos nosotros. Como lo rinde la versión bíblica The Message: “No tenemos un sacerdote que esté al margen de nuestra realidad”. Él caminó con nuestros zapatos la milla proverbial.
Un error de percepción muy común es pensar que Dios vive en una torre de marfil celestial muy lejos y muy por encima de todos nosotros. Pero el Hijo de Dios vino a nosotros como uno de nosotros. Y Dios con nosotros, Emmanuel, está todavía con nosotros. Cuando él murió, morimos todos nosotros, y cuando él resucitó, todos nosotros resucitamos, como escribió el apóstol Pablo: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:4-6).
Porque él vive, nosotros vivimos. Y porque, como humano, empezó como un bebé, como todos nosotros lo hacemos, nos conoce y nos comprende y nos ama de todas las formas. El nacimiento de Jesús fue mucho más que la narración de otro ser humano más que llegaba a este mundo, fue la forma en la que Dios nos mostró cuanto nos ama. †
Foto por agustins