Y al siervo inútil, échenlo en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes. Mateo 25:30
¿Te acuerdas de tus rabietas de niño? Yo si. Recuerdo un par. Es divertida, sin embargo, no me acuerdo de qué era lo que yo estaba tan enojado, era tan niño que sólo recuerdo el enojo, no la causa. Recuerdo corriendo a mi cuarto, con lágrimas, gruñidos de ira saliendo de mí, y una sensación de picor punzante a través de mi cuerpo y (estoy seguro) una muy visible cara enrojecida.
Cuando oigo hablar a Jesús acerca de «el lloro y el crujir de dientes» siempre pienso en aquellas experiencias de rabietas de la infancia. Llanto, rechinar los dientes, e incluso sentir como si estuviera en llamas, formaban parte de mi inmadurez emocional y mi rabia impotente contra un mundo de familiares y amigos que no ordenaban sus vidas a mi gusto y que no se postraban para adorarme y darme todo lo que les exigía en ese momento. Creo que estas experiencias nos ayudan a entender lo que realmente es el infierno:
♦ Infierno es ir contra la corriente de la vida trinitaria.
♦ Infierno es un niño malcriado huyendo del padre que lo ama.
♦ El dolor del infierno es nuestra propia rabieta contra un mundo que no nos hace su centro.
♦ Ese llanto y crujir de dientes dura mientras estemos enojados contra la realidad de la Trinidad, en comunión con la humanidad. Si tenemos ese enojo para siempre, entonces el infierno es para siempre. Si nuestro enojo contra la realidad termina, cambiamos nuestras mentes, y entramos en el gozo del Reino, entonces el infierno también termina.
Jonathan Stepp