Por Rubén Ramírez Monteclaro
Muchos de nosotros, cuando escuchamos la palabra arrepentimiento inmediatamente la asociamos con dolor, pesar, llanto; porque la relacionamos con el fruto de nuestras conciencias, por haber hecho algo que nos causa inquietud ya que los resultados no son los que hubiéramos querido que fueran; pero cuando reflexionamos y llegamos al núcleo de la acción, nos damos cuenta de que se convierte en una fuente de sumo gozo porque nos cambia la ruta y nos hace redireccionar nuestra forma de vivir: sentir, pensar y actuar; y cuando asimilamos esta realidad contenida en la Palabra de Dios, entendemos mejor aquello de “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15 RV60)
¿Por qué el arrepentimiento puede producir gozo y no pesar? Porque su verdadero significado (del griego Metanoia) es cambiar nuestra forma de vivir: pensar, sentir y actuar. Es cierto que de entrada hay frustración, enojo, desesperación, etc. por haber fallado, pero cuando se pasa esa primera impresión sucede que decidimos no volver a vivir el proceso que produjo la falla y actuamos de forma completamente diferente.
Veamos el ejemplo clásico del Rey David, cuando se arrepintió de su pecado (Salmos 51):
“1 Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. 2Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado” (vv. 1-2)
Es este el momento en el que se descubre el pecado y se produce la explosión de ira, frustración y enojo, que pudiéramos confundir con pesar.
“3 Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. 4 Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable. 5 Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre. 6 Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría” (vv. 3-6)
Es saludable confesar nuestros pecados ante quien juzga con justicia: Dios Padre, sabiendo que “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23); porque su amor lo perdona todo. En este instante comenzamos a cambiar y a ver el resultado del perdón, y se empieza a manifestar este incipiente gozo.
“7 Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. 8 Anúnciame gozo y alegría; infunde gozo en estos huesos que has quebrantado. 9 Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad” (vv. 7-9)
Después de invocar al Padre, el segundo momento es pedir el perdón que sólo la sangre de Jesucristo nos puede dar, David recuerda que la sangre del Cordero se puso en los marcos de las puertas de las casas de los israelitas con hisopo, cuando hirió con la muerte de los primogénitos egipcios, durante el éxodo. Reconoce el poder sanador del Hijo y sabe del poder perdonador de su sangre derramada y pide que se aplique el sacrificio sanador de Jesús, seguro de dicho perdón y pide el gozo que sólo Dios puede dar como fruto de cambiar la dirección de su vida.
“10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. 11 No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. 12 Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga” (vv. 10-12)
Debemos reconocer que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que el Espíritu Santo vive en cada uno de nosotros; por eso David pide que su nombre no sea borrado del libro de la vida. En este punto vemos que el incipiente gozo que David manifiesta en el v. 6 se hace cada vez más grande y clama por ayuda para que aprenda la obediencia, tal como Cristo la aprendió (Filipenses 2:8), apelando al gozo de la salvación.
“13 Así enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se volverán a ti”. (v. 13)
Cuando reconocemos que el Padre nos ama, que la sangre su hijo Jesucristo borra nuestras transgresiones y que el Espíritu Santo vive en cada uno de nosotros, el gozo que hay en nuestros corazones no cabe y tiende a derramarse; es cuando entendemos el espíritu de la Gran Comisión: “19… id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. (Mateo 28:19-20)
“14 Dios mío, Dios de mi salvación, líbrame de derramar sangre, y mi lengua alabará tu justicia. 15 Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. 16 Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería” (vv. 14-16)
Cuando cambiamos nuestra forma de vivir: sentir, pensar y actuar (nos arrepentimos <metanoia>), comenzamos a vivir una vida de comunión con Cristo, pensando siempre en hacer el bien, amar a nuestro prójimo; tal como Dios nos ama, porque Dios está en nosotros y nosotros en Dios, en una relación pericorética, tal como viven el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Quien no vive en Cristo no puede experimentar el gozo que produce el cambio en la forma de vivir que produce el arrepentimiento.
“17 El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido” (v. 17)
El único sacrificio que pide Dios es vivir todos los días ofreciéndonos como una “ofrenda viva”, sin apegarnos a las tradiciones del mundo (Romanos 12:1-2), sino vivir la vida por cada “palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4)
“18 En tu buena voluntad, haz que prospere Sión; levanta los muros de Jerusalén. 19 Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, los holocaustos del todo quemados, y sobre tu altar se ofrecerán becerros” (vv.18-19)
Al llegar a este punto nos damos cuenta de que nuestra vida debe regirse por los principios de amor de Dios al cumplir el Gran Mandamiento: “30 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… 31 … Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Marcos 12:30-31)
Nuestra vida debe reflejar el amor de Dios por la humanidad y cada vez que nos reunamos para alabar a nuestro Dios, vivamos un culto que agrade y satisfaga a Dios, cuando nos dejemos conocer por Dios y lo conozcamos totalmente en una relación de amor en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
¿Verdad que el arrepentimiento sí puede producir gozo inefable? Así que propongámonos gozarlo todos los días de nuestra existencia, hasta el final de los tiempos.
Rubén Ramírez Monteclaro sirve en las congregaciones de Comunión Internacional de la Gracia en Orizaba y Veracruz, México.