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En nuestro diario vivir y cotidiana convivencia con nuestros semejantes hemos sido testigos de situaciones y vivencias tan fracturadas que nos orillan a pensar que la vida así no tiene razón de ser; veamos por qué.
Desde hace varios siglos el Conocimiento navega entre dos aguas: la Ciencia y la Religión y en ninguna de las dos ha encontrado sustento para convertirse en el árbitro de la vida. En esta vida y sociedad no se ha encontrado la fuente del Conocimiento ya que, aunque la Religión puede tener acceso a ella, parece que no la ha creído, sin embargo el Creador la ha enunciado simple y llanamente: “El temor del Señor es el principio del conocimiento (sabiduría); los necios desprecian la sabiduría y la disciplina”. (Proverbios 1:7) NVI. Y se ha desarrollado sin la presencia de Dios.
El temor de Dios se traduce en respeto, reconocimiento, agradecimiento y sumisión a su majestad, a su grandeza, a su poder, a su amor por la humanidad, esto no se encuentra lejos de nosotros, está en nosotros, al alcance de nuestra mano.
Parece ser que la Ciencia se ha erigido como el árbitro de la vida y el conocimiento, pero sin Dios, quien es el Creador de todo; así que el resultado de la vida se reduce a una existencia físico química, que termina en la tumba, sin más esperanza que sacarle el mejor provecho a la vida (bios), aunque se haga daño a terceros, sean semejantes y/o su entorno.
La Religión ha tenido la oportunidad de llegar a la fuente del conocimiento, pero no ha sido así, todo lo que Dios ha revelado, la sinergia religiosa lo ha traducido a Leyes y Reglamentos, que han matado el amor que Dios puso en su creación y en las relaciones humanas y con Él.
Además, la Religión se ha aliado con la Filosofía y las Ciencias para hacer que los feligreses conciban a Dios lejos de sus vidas. Para la mayoría, Dios está en el altar, en el templo, en el cielo, lejos de nuestra vida cotidiana y para tener acceso a Él, es necesario pedir permiso y cita porque nadie puede acercarse a un Dios santo y puro por estar contaminado por el pecado, el hombre se siente indigno de ver a Dios a los ojos, está lleno de vergüenza y le tiene miedo porque Dios es un tirano, un juez implacable, que sólo está esperando que sus hijos cometan el más simple error para aniquilarlos y mandarlos al infierno. Veámoslo nuevamente desde el principio: “El Señor Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que se ocupara de él y lo custodiara; pero el Señor Dios le advirtió: «Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás»”. (Génesis 2:15-17).
Dios ha amado a la Humanidad desde antes de la creación del cosmos; con amor preparó el escenario para que el hombre pudiera disfrutar de una vida plena y llena de satisfacción y felicidad, con el Creador en comunión; en esa realidad no existía el mal, no había daño alguno para quien es el amor y la pasión de Dios, no había muerte, todo era plenamente maravilloso; sin embargo Dios no forzó al hombre a aceptar este paraíso, así que le dio la libertad pensar, discernir y tomar decisiones. El hombre y la mujer entendieron muy bien esta enseñanza y advertencia, pues cuando Satanás interroga a Eva acerca de ese tema, ella contesta apropiadamente: “—Claro que podemos comer del fruto de los árboles del huerto —contestó la mujer—. Es sólo del fruto del árbol que está en medio del huerto del que no se nos permite comer. Dios dijo: “No deben comerlo, ni siquiera tocarlo; si lo hacen, morirán”. (Génesis 2:2-3) NTV
Ante este conocimiento, Satanás (el padre de la mentira), declara su primera y más grande mentira: “—¡No morirán! —respondió la serpiente a la mujer—. Dios sabe que, en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos y serán como Dios, con el conocimiento del bien y del mal”. (Génesis 2:4-5) NTV
Lo que más le ha de haber agradado ha de haber sido la declaración: “y serán como Dios”, [ignorando que ya eran como Dios, creados a SU imagen y semejanza (Génesis 1:26-27)] de tal manera que, haciendo uso de la libertad de elección, la mujer se dispuso a asimilar y a discernir lo que acababa de oír, así que: “La mujer quedó convencida. Vio que el árbol era hermoso y su fruto parecía delicioso, y quiso la sabiduría que le daría. Así que tomó del fruto y lo comió. Después le dio un poco a su esposo que estaba con ella, y él también comió”. (Génesis 2:6)
En ese mismo instante la humanidad pintó su raya y se separó de Dios, la fuente de la Vida, la Luz y el Conocimiento, quiso su propia sabiduría: esta es la muerte anunciada, no el cese de la vida, sino la vida separada de Dios: definida en la Palabra de Dios como: tinieblas, infierno, llanto, tumba, crujir de dientes, frío, etc. Veamos: “En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse”. (Génesis 2:7) NTV
Sin embargo, dicha separación se dio y se sigue manteniendo sólo en la mente del hombre, quien no quiere nada con su creador, ya que Él no se separó ni se separará nunca de ellos, y como el Padre que ama desmedidamente a sus Hijos, se ha dedicado a buscarlos siempre, en los lugares más recónditos, donde se esconden.
Este es el resultado de una vida lejos de Dios, apoyada en nuestras propias fuerzas y decisiones. La humanidad se vio a sí misma desnuda, vulnerable, desprotegida, sin nadie que apoyara y motivara su existencia; ellos mismos se protegieron con sus propios recursos, pudiendo depender de quien es el proveedor del amor y la satisfacción de las necesidades.
Y todavía más; se escondieron de Él porque tuvieron miedo: “Cuando soplaba la brisa fresca de la tarde, el hombre y su esposa oyeron al Señor Dios caminando por el huerto. Así que se escondieron del Señor Dios entre los árboles. 9 Entonces el Señor Dios llamó al hombre: —¿Dónde estás? El hombre contestó: —Te oí caminando por el huerto, así que me escondí. Tuve miedo porque estaba desnudo”. (Génesis 2:8-10)
“Tuve miedo porque estaba desnudo”, cuando vivimos de acuerdo con nuestras fuerzas y nuestros medios y lejos de la Luz, así nos vemos, indefensos ante su majestad, sin darnos cuenta que atrás de esa majestad brilla plenamente un amor incomprensible.
Y así ha sido desde el principio, a través de las distintas etapas de la historia, hasta hoy. La ceguera que nos impide ver la Luz nos ha impedido ver y conocer también lo que el Amoroso Dios ha llevado a cabo por el ágape que les tiene a sus Hijos Amados: en Jesucristo el Todopoderoso y Amoroso Dios se ha introducido en su creación y ha descendido hasta los escondrijos más recónditos del alma humana para sanarla. Hoy Dios se ha hecho humano y nos envuelve con su misma presencia; en Jesucristo conoció la negrura, la maldad, las tinieblas de nuestra alma y la ha sanado. Ahora, para Dios, somos lo que en un principio fuimos: “santos y sin mancha delante de Él” (Efesios 1:4) NVI
Ahora tenemos un lugar en Dios mismo, somos uno con Él; sin embargo, nos falta recorrer el Camino para ser plenamente lo que Dios ha dispuesto en su amor y sabiduría. Para ello, Dios ha vuelto a encarnar en la humanidad a través del Espíritu Santo; ya no estamos solos, ya no es con nuestras propias fuerzas, es con las nuestras aunadas a las de Él. Ahora Dios vive nuestras penas, nuestros dolores, nuestras enfermedades, llora y se compadece de cada uno de sus Hijos Amados y, aunque no nos saca del dolor, lo vive con nosotros, así como el Padre y el Espíritu Santo sintieron el horror y el dolor de la muerte y sepultura de Cristo, para después elevarse triunfantes, llevándonos a todos a los lugares celestiales.
Así que todo lo que experimentemos en esta vida, si lo hacemos en comunión con Jesús, estemos seguros de que Él sabrá llevarnos a la perfección de su persona, para ello creó la iglesia, para ser perfeccionados por el Espíritu Santo.
No podemos escondernos de Él, “Pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28).
Cantemos junto con el salmista las palabras de esta vívida realidad:
“Oh Señor, has examinado mi corazón y sabes todo acerca de mí. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; conoces mis pensamientos aun cuando me encuentro lejos. Me ves cuando viajo y cuando descanso en casa. Sabes todo lo que hago. Sabes lo que voy a decir incluso antes de que lo diga, Señor. Vas delante y detrás de mí. Pones tu mano de bendición sobre mi cabeza. Semejante conocimiento es demasiado maravilloso para mí, ¡es tan elevado que no puedo entenderlo! ¡Jamás podría escaparme de tu Espíritu! ¡Jamás podría huir de tu presencia! Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo a la tumba, allí estás tú. Si cabalgo sobre las alas de la mañana, si habito junto a los océanos más lejanos, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu fuerza. Podría pedirle a la oscuridad que me ocultara, y a la luz que me rodea, que se convierta en noche; pero ni siquiera en la oscuridad puedo esconderme de ti. Para ti, la noche es tan brillante como el día. La oscuridad y la luz son lo mismo para ti. Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo y me entretejiste en el vientre de mi madre. ¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo! Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien. Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto, mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz. Me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro. Cada momento fue diseñado antes de que un solo día pasara”. (Salmo 139:1-16)
Si usted se siente indigno de mirar a Dios. Si se siente muy lejos de su majestad porque es un pecador. Si se siente que Dios no lo(a) escucha en sus plegarias. Si está desecho(a) por la enfermedad, las deudas, los problemas; si cree que lo que le pasa puede solucionarse con el suicidio, sepa que Dios está aquí, en donde se encuentra usted parado(a), camina con usted por las calles, por el mercado, por el parque: va con usted al juego de fútbol o de béisbol, se alegra y grita ¡Gol! al unísono; aún está con los astronautas que viven en la estación espacial porque Dios está ahí también.
Y aunque le duela sentir el desamor y el egoísmo con que se comporta y el daño que se provoca, va con usted al centro nocturno, al bar, a mendigar en las calles, a robar, a secuestrar, a matar, porque Dios está aquí y con su presencia envuelve toda la creación.
Aun, como nos ama tanto, también se alegra de nuestros dones, de nuestros talentos; se llena de gozo cuando nosotros nos gozamos ante una puesta de sol, ante la maravilla de las flores, ante la mirada tierna de un bebé, ante la magnificencia de las estrellas, porque para eso nos amó y vive nuestras tragedias porque, aunque no nos libre de ellas, nos acompaña y suaviza nuestro dolor porque ya nos ha preparado un lugar en el cielo; se goza con nuestros triunfos, tal como nos alegramos de los triunfos y progresos de nuestros hijos y nietos; así es nuestro Amoroso Dios, en quien confiamos en todo momento porque con nuestras propias fuerzas no somos nadie.
Con toda confianza, cuando esté alegre o triste, adolorido(a) o gozoso(a), comparta su alegría o su tristeza con Él, tal como lo hace con un amigo(a) íntimo(a), que lo(a) comprende, que lo(a) escucha, que lo(a) entiende. Háblele que Él escucha y está más que dispuesto a consolarlo(a) a brindarle el calor y la ternura de unos brazos amorosos. Vuelva la vista a donde usted quiera y véalo, Él está ahí, en la brisa, en el calor, en el viento fresco, en la lluvia, en una flor, en un ave, en una canción, en los colores que nos permite ver la Luz. Pero también está en su corazón, en sus pulmones, en su hígado, en sus riñones, estén sanos o no. Él le permite transitar por el dolor y lo acompaña para que usted llegue triunfante a la meta porque Él le ha preparado una casa no hecha de manos humanas, una ciudad donde no hay corrupción, un mundo donde “no habrá muerte, ni tristeza, ni llanto, ni dolor” (Apocalipsis 21:4)
Así que dispóngase a vivir plenamente la vida para la cual usted ha sido creado(a) y, mientras, disfrute de la comunión con el gran Dios del Universo, quien por usted y por mí, se hizo humano para poder llevarnos a su reino y vivir plenamente y por siempre; no se le olvide: Dios está aquí. ¡Alégrese, que su alegría será eterna!
Rubén Ramírez Monteclaro es profesor de Educación Primaria y Secundaria y Pastor Regional de Comunión de Gracia Internacional en Veracruz, México.