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En un momento de la eternidad tiene lugar una reunión muy singular y sui géneris, tres personajes cuyos nombre revelados posteriormente son: Padre, Hijo y Espíritu Santo, discuten, toman acuerdos y concluyen un plan por demás maravilloso, este plan contiene muchas facetas; una de ellas consiste en crear seres, muchos seres, diferentes a ellos en principio, pero con la finalidad de fundirse en un solo ser con ellos.
Estos personajes tienen una cualidad muy especial: son tres, pero a la vez son uno, una unidad que va más allá de nuestra imaginación; esta cualidad está aderezada con un ingrediente, trascendental también, llamado AMOR, cuya concepción trasciende también nuestros pensamientos y sentimientos.
El amor que de ellos emana es derramado sobre todo lo creado, visible e invisible, por eso sus dimensiones escapan a nuestro entendimiento, van más allá de lo que ven nuestros ojos y nuestra mente.
El plan establecido es desarrollado a través de una cualidad, creada también, llamada tiempo, la cual es complementada con otra, llamada espacio. Este binomio: espacio-tiempo fue creado a propósito para llevar a cabo otra faceta del plan, que tiene como propósito el proceso de desarrollo de esos muchos seres para alcanzar la finalidad inicial de formar parte de un solo ser.
Así que, antes de que se hiciera presente el tiempo y el espacio, tuvo lugar la creación de esos seres, que recibieron el nombre genérico de hombre o humanidad.
Hecho con el amor característico del Creador, el hombre adquirió una forma definida y uno de los tres adopta la responsabilidad de llevar a cabo dicha creación. Sin embargo, el hombre no fue creado de una sola vez, sino que su creación se llevó a cabo en cuatro etapas. La primera tuvo lugar antes del espacio-tiempo; veamos: “Incluso antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos eligió en Cristo para que seamos santos e intachables a sus ojos. Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo”. (Efesios 1:4-5) Esta etapa se caracteriza por dos condiciones muy importantes que garantizan la culminación total del plan: 1) “amó y eligió” y 2) “decidió adoptarnos”. El Hijo es el encargado de llevar a cabo la parte práctica y material del plan. Para esto, adopta un nombre, adecuado para esta fase: Jesús y Cristo (Salvador y Mesías).
Salvador (Jesús): Persona que lleva a cabo la salvación o rescate del alma.
“Mesías (Cristo); Vocablo de origen hebreo. Con mayúscula inicial, permite hacer referencia al Hijo de Dios, descendiente de David, cuyo advenimiento al mundo fue prometido por los profetas al pueblo judío.
El Mesías, por lo tanto, es el Ungido, un hombre con el espíritu de Dios. El concepto también se usa para nombrar a quien se lo considera como un enviado de Dios que trae paz al mundo y que busca restaurar el Reino de Dios en la Tierra.
Más allá del ámbito preciso de la religión, se considera como mesías a la persona (real o imaginaria) en la cual la gente deposita una confianza desmedida para lograr un objetivo o solucionar un problema”. (Fuente: www.definición.de)
La segunda etapa se lleva a cabo junto con la creación del cosmos, es más el cosmos antecede a la aparición del hombre. Con la creación del cosmos tiene lugar la aparición del binomio: espacio-tiempo, para que la materia, con características perecederas y temporales, tenga lugar y sea el escenario donde se den las cosas temporales y físicas, las que ven nuestros ojos. Es necesario que la materia pase por este proceso que sirve para el desarrollo del hombre, creado a la imagen y a la semejanza de su Creador. Al final, este mundo, tal como lo ven nuestros ojos, desaparecerá para dar lugar a otro de dimensiones espirituales y eternas, llamado por Dios: “cielos nuevos y tierra nueva”.
La tercera etapa, planeada desde antes de la creación del cosmos, fue puesta en acto hace dos milenios, tomando en cuenta la temporalidad de nuestro mundo; es de suma importancia esta fase porque el Creador mismo, deja su divinidad para descender a un mundo, aunque creado perfecto, está en caos porque un acto de desobediencia ha traído la separación del amor de Dios, traducida en muerte y tinieblas de uno de los componentes del hombre.
Cuando aparece el Salvador y Cristo, el hombre se encuentra inmerso en una condición de separación de la fuente de la luz y del amor; hay maldad en su alma, depravación, egoísmo, orgullo, deseos de matar, de hacer daño, no importa si con ello se hace daño a sí mismo, está lejos del amor que lo creó.
Además, con esta condición, como un cáncer, dañó al mundo que lo rodea, causando maldad, agresividad, inestabilidad, erosión, cambio climático, especies extinguidas y en extinción, huracanes, inundaciones, terremotos, cuerpos siderales errantes, hoyos negros, etc.
A este mundo vino el Cristo de Dios, a sufrir los problemas y calamidades que este mundo en agonía le ofrece a la humanidad, pero más sublime y destacable, se introdujo en esta humanidad con todas sus cualidades propias, derivadas de aquella primera desobediencia: maldad, depravación, egoísmo, orgullo, deseos de matar, de hacer daño; sin esperanza, sin amor por sus congéneres.
¿Por qué? y ¿Para qué vino el Mesías a esta realidad?
Para llevar a cabo una obra trascendental consistente en redimir y salvar a la humanidad del mundo que creó para sí con sus decisiones de no depender de quien todo le provee y la ama.
Dios se encarna; se hace humano, se introduce a su propia creación para redimirla, perdonarla, rescatarla y regresarla a su condición original.
Jesús, a través de su vida humana es conducido a cumplir su propósito. La maldad del hombre quedó destruida en un instrumento creado por el mismo hombre en su deseo de hacer daño a otros: la cruz.
Cuando Jesús entregó su espíritu humano, acabó con este hombre, porque “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23) NVI. Por eso exclama satisfecho: “Todo se ha cumplido” (Juan 19:30) NVI
El cuerpo humano muerto de Jesús fue puesto en el sepulcro, para cumplir con el ritual y mostrarnos cómo Dios descendió hasta lo más profundo de este mundo, tanto físico, como espiritual y emocional.
Sin embargo, Dios es eterno y la vida de Jesús, como Hijo de Dios, no pudo terminar en la cruz ni en el sepulcro; a su debido tiempo tuvo lugar el hecho más trascendental de la historia humana: Jesús resucita, vuelve a la vida, a una vida que nunca se fue; ahora es el representante de una nueva humanidad, nueva para nosotros los humanos, pero para Dios no, porque Él quería que así fuera desde el principio.
Con este hecho da inicio a la cuarta etapa del plan y se abre la puerta del sendero que conduce de nuevo a casa, pero también Dios cuida de sus Hijos Amados hasta el final, así que, mientras caminamos hacia nuestro verdadero hogar, Dios vuelve a encarnar en la humanidad, pero ahora de forma distinta, después de haber dejado una humanidad marcada por el pecado y asumido otra humanidad completamente transformada, Jesús continúa un proceso de transformación total.
Ahora Dios encarna en cada uno de sus Hijos Amados por medio del Espíritu Santo; sin embargo, como Dios es uno, en primer término: El Padre y el Espíritu Santo experimentaron la muerte del yo pecador en la cruz con Jesús y el frío, las tinieblas y la separación en el sepulcro para emerger victoriosos en una nueva humanidad.
Ahora las vidas de los humanos tienen el potencial de creer y aceptar que han sido perdonados, redimidos e incluidos en el amor de Dios, como un solo ser, experimentando la presencia misma de Dios en una relación especial determinada por el amor divino.
Hoy cada cristiano, aunque vive una vida de sufrimiento, de maldad, de daño y enfermedad, no está solo, ahora tiene a Dios consigo mismo viviendo su vida de sufrimiento, de maldad, de daño y enfermedad, consolada y restaurada en los brazos amorosos de Papá.
Dios está con nosotros (podemos decir también que estamos en Dios) sintiendo nuestro dolor, nuestra frustración, nuestro sufrimiento, mientras vivimos en este cuerpo humano, donde todavía mora el pecado, pero santo y sin mancha en Cristo.
Dios está con nosotros en nuestro hogar y vive nuestras alegrías y nuestra tristezas.
Dios está con nosotros en el trabajo, bueno, agotador, frustrante y poco agradable.
Dios está con nosotros en el lecho de nuestras enfermedades, sufriendo lo que estamos sufriendo, a veces sin esperanza, pero para Él, la llenura de la alegría de llevarnos a casa.
Dios está con nosotros en nuestras adicciones, luchando contra sus efectos, gozando los pequeños triunfos y sufriendo las recaídas.
Dios está con nosotros en los hospitales, en las cárceles, con los secuestrados, con los que están de luto.
Dios está en donde vamos por nuestros malos hábitos, por nuestras dependencias.
Dios está sufriendo porque la delincuencia está enferma y ciega, que no quiere volver la vista hacia donde Él espera.
Dios está con los delincuentes también sufriendo la enfermedad del alma, que les produce malestar a ellos mismos y a los demás.
Dios está sufriendo porque el planeta está en crisis y sus criaturas se están extinguiendo.
Dios está en cada tragedia del ser humano, cuidando de que todos los que son afectados encuentren el consuelo y el abrazo tierno de un Padre que quiere lo mejor para sus hijos.
Dios está con los miserables de la tierra, con los indeseables, con los que no tienen esperanza en este mundo, está también en los barrios bajos de las ciudades, en los tugurios, en los caminos peligrosos, en los bares y prostíbulos, porque ahí hay Hijos Amados del Padre.
Dios está en todo lugar, Dios está aquí, gritando a viva voz que sólo creamos en Jesús, en su obra redentora, en su misma presencia, en su misma humildad, en su mismo amor por sus hermanos, para poder gozar de su presencia en una relación que va más allá de nuestra comprensión material.
Dios nos dice que no nos preocupemos y que confiemos en lo que Él ya ha hecho, ya ha consumado, todos somos amados por el Padre amoroso y por el hermano Jesucristo, llenos del Espíritu Santo, somos nuevas criaturas, una nueva humanidad creada, ya no a su imagen y semejanza, sino en Él mismo, en una relación cósmica que trasciende la materia y la creación misma.
Él no evita la tragedia, sino que la vive con sus Hijos Amados, porque hasta el fin estará con ellos; Él sufre con sus Hijos pero se consuela y los consuela porque nos ha preparado un mundo donde no habrá más tragedia y dolor.
Dios está aquí, véalo, tóquelo, háblele, confíe en Él, recuerde que Él sufre y le duele lo que a usted le duele y sufre. Recuéstese en su hombro, goce de su abrazo fraterno y paternal, a la vez. Usted no está solo(a), Dios, su Creador, su Padre Amoroso, lo envuelve con su misma presencia y lo llena de divinidad y de eternidad, lo llena plenamente del amor que sobrepasa todo entendimiento.
No importa qué problema, enfermedad, dolor o tragedia experimentemos, Dios la experimenta con cada uno de sus Hijos y nos lleva a casa, a donde fuimos concebidos eternamente, a donde debemos estar por siempre. No olvide sus amorosas palabras: “…«¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más». (Apocalipsis 21:3-4)
Deje de preocuparse de las cosas que no está en sus manos resolver o cambiar, Dios ya ha resuelto ese problema, sólo confié en Él y déjese caer en sus cálidos y reconfortantes brazos.
Él dice que es nuestro Rey y Señor, así que dele la reverencia y el honor que todo rey merece y obedézcalo porque es su Amo y Señor, que quiere lo mejor para usted, es más, mejor crea que es su Padre amoroso, quien quiere lo mejor para sus Hijos Amados y Él ya dispuso lo mejor de la existencia: ser uno con Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Deje que Él haga todo el trabajo, sólo crea y confíe, porque su vida es más valiosa de lo que usted se imagina.
Rubén Ramírez Monteclaro es profesor de Educación Primaria y Secundaria y Pastor Regional de Comunión de Gracia Internacional en Veracruz, México.