Por J o h n H a l f o r d
Generalmente no me gusta dirigirlos por el camino hacia el jardín, pero me pregunto si pudieran unirse a mí por un momento. Quiero mostrarles una babosa.
Esta es una babosa particularmente impresionante. Mide cerca de doce centímetros, y tiene un brillo lustroso color plateado—bueno, para ser estrictamente honesto, quizás es más un color gris lodoso—pero tiene un brilloso panel color morado en cada lado. La he visto varias veces mientras se resbala desde la grama hacia las flores, donde aparentemente pasa el día.
Consistentemente ella está carcomiendo su paso a través de nuestras flores, pero no tengo el corazón para quitarle la vida. Mas bien, me he encariñado con esta babosa y tengo la distintiva impresión que la he visto antes. Me parece recordar que ella cruzó por este camino el año pasado. Pero, ¿viven las babosas tanto tiempo?
Una vida larga y lenta
Unos pocos minutos de investigación en la Internet me mostraron que si la tienen. De hecho, aprendí que una babosa puede vivir hasta seis años—dadas las circunstancias favorables, como no ser comida, pisada o apedreada. Quería saber más. (Si continúan en este articulo, averiguarán por qué, lo prometo.)
Apuesto a que ustedes no sabían mucho sobre las babosas. Por ejemplo, ¿sabían que no son insectos? Son moluscos, como las almejas y los calamares, y están relacionados a distancia con los pulpos, pero es a bastante distancia. Los pulpos son considerados como bastante inteligentes; algunas personas piensan que ellos podrían ser una pareja intelectual para animales como los conejos. Las babosas ciertamente no lo son. Probablemente no tienen ninguna inteligencia mesurable. Pero compensan eso con sus cantidades.
Alguien ha calculado que hay tantas como 26,800 especies de babosa. La mayoría de ellas viven en materia orgánica muerta, o en descomposición, e incluso en hongos. Hay solo unas pocas especies que se alimentan de plantas —desafortunadamente esas babosas son la clase que tenemos en nuestros jardines.
Los biólogos llaman a las babosas gasterópodos porque ellas, como el ejército de Napoleón, marchan sobre sus estómagos. También, como el ejército de Napoleón, no la pasan bien en el clima frío, pues sobreviven al sepultarse a sí mismas en el suelo, envueltas con un capullo hecho de su propia baba.
Se ha estimado que podría haber 250,000 babosas—pesando quizás 70 libras colectivamente—por acre de terreno agrícola.
Babosas ‘internacionales’
Desde que me di cuenta de las babosas, he empezado a notarlas en mis viajes. La más grandes que he visto fueron en Suecia —babosas negras grandísimas, con quizás quince centímetros de largo, aunque entiendo que las más grandes en el mundo tienen el doble de ese tamaño.
Cuando estuve en Holanda tuve la oportunidad de averiguar que tan rápido pueden desplazarse. Me encontré con una babosa holandesa, entregada a una misión suicida que tenía un sendero en ciclo. Parecía no ser notada por la gente que pasaba por allí. ¿Qué tan rápido se desplazaría? Decidí medirle el tiempo (Ya sé, necesito buscar qué hacer). Coloqué mi teléfono móvil junto a ella para ver cuánto le llevaría viajar toda su longitud.
Casi inmediatamente, el teléfono, colocado para timbrado y vibración fuerte, se encendió. Habría pensado que esto tendría en la babosa, el mismo efecto que una granada paralizante, lo habría tenido en mí si hubiera estado cerca, pero la babosa ni se inmutó. Le tomó poco menos de dos minutos viajar los quince centímetros de longitud del teléfono. Eso equivaldría a cerca de cuatro metros y medio por hora, ¿verdad?
¿Qué más puedo decirles sobre las babosas? (Asumo que todavía están leyendo esto, y probablemente preguntándose porqué. Realmente llegaré pronto al punto, lo prometo). Bueno, ellas tienen tantos como 27,000 dientes inclinados hacia atrás, que actúan con un movimiento áspero, como el del tiburón.
También tienen una mandíbula tipo guillotina, similar a la de un lagarto. No sorprende entonces que destrocen las plantas. Pueden comer varias veces el peso de su propio cuerpo en una noche. Tienen ojos en las puntas de sus tentáculos, y algunas especies también pueden tener sensores infrarrojos, que les permiten detectar comida, si no es que teléfonos móviles. Y sí, les gusta la cerveza.
Realmente esto no es muy interesante, ¿verdad? Pero me temo que las babosas no lo son. Supongo que podría animar las cosas al decirles sobre la vida sexual de ellas. Aparentemente ellas empiezan como machos, pasan su vida de apareamiento como hermafroditas, y después se convierten en hembras en su edad anciana.
Tienen un ritual de apareamiento muy elaborado, aunque exactamente por qué lo necesitan, no es claro. Algunas especies trepan árboles en parejas y cuelgan de las ramas con hebras hechas de su propia saliva. Mejor lo dejo hasta aquí. Lo que pasa después podría ofender a algunos lectores sensibles.
De principios humildes
Así que, ¿por qué estoy haciéndole perder el tiempo con esto? Las babosas realmente son algunas de las más aburridas, e incluso, repugnantes de las criaturas de Dios, ¿verdad?
Pero mirar a esa babosa hacer su laborioso progreso a lo largo del sendero de mi jardín, y darme cuenta que yo podría haber estado haciendo eso por seis años, me hizo recordar algo que el gran escritor cristiano, C. S. Lewis, escribió en Mero Cristianismo. En un diálogo sobre qué significó para Jesús venir y vivir sobre la tierra como un ser humano, él escribió:
«El ser eterno que lo sabe todo y creó todo el universo, se convirtió no sólo en hombre, sino antes de eso en un bebé, y antes de eso en un feto dentro del cuerpo de una mujer. Si usted quiere captar el significado de eso, piense qué le parecería a usted convertirse en una babosa o un cangrejo».
¿Alguna vez ha pensado sobre eso de esa manera? En Diciembre de cada año, nos recordamos a nosotros mismos sobre el nacimiento de nuestro Señor y Salvador. Aunque el sentido común nos dice que probablemente no fue realmente así, tenemos una impresión romántica de la escena de la Natividad en un establo. Hay una madre calmada con un precioso niño: «Las vacas mugen, el bebé se despierta. Pero el pequeño Señor Jesús no llora.»
No sé qué tan enterado estaba el bebé Jesús acerca de sus circunstancias, pero si de alguna manera Él fue capaz de entender su situación, apuesto que habría sentido ganas de llorar. Piense en ello. No hace tanto tiempo Él había ejercido como Dios, el Señor de la creación. Ahora era un bebé indefenso, incapaz de hablar, de ponerse de pie, o incluso, de controlar sus funciones corporales.
Aquel que había poseído todo el poder ahora era dependiente de su madre para todo. Sintió frío. Sintió hambre. Sintió un cólico y tuvieron que sacarle el aire. Su existencia gloriosa y divina había sido cambiada por la comparativa inmundicia de la vida como ser humano.
Mientras que una vez Él podía desplazarse por todo el universo, sin las limitaciones del tiempo y el espacio, ahora estaba envuelto en pañales, incapaz de moverse. Podría quedar cansado, sucio y desanimado. Tendría que aprender a gatear, hablar y alimentarse.
No sé si había un equivalente antiguo para el canto de cuna que dice: «De qué están hechos los niños. Las babosas, los caracoles y las colas de los cachorritos….» Pero si María alguna vez lo cantó, pienso que Jesús habría emitido un compungido «Amén».
Aquellos más o menos 30 años durante los cuales Jesús caminó sobre nuestro mundo debieron haberle parecido un largo tiempo. No sorprende que Él orara al Padre mientras enfrentaba el fin de su vida física, ante la impronunciable tortura de la crucifixión:
«Glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera» (Juan 17:5).
Intercambiando lugares
Mirar a esa babosa y recordar las palabras de C. S. Lewis me dieron una nueva apreciación por Jesús y el sacrificio que hizo. Yo no querría intercambiar lugares con una babosa ni por un minuto, mucho menos la mitad de una vida. Pero eso es, en efecto, lo que Jesucristo estuvo dispuesto a hacer para poder convertirse en nuestro Salvador.
«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia,» dijo Él en Juan 10:10. Él sabía lo que la vida podría ser, y quería compartirla con nosotros —no lo que nosotros llamamos vida, apretujada dentro de unas pocas décadas, restringida por el tiempo y el espacio y atrapada en un caparazón físico en decadencia.
La vida verdadera es mucho más que eso. Es eterna, indestructible, libre de todas las debilidades de la mente y el carácter. Es más grande que cualquier cosa que realmente podamos captar, porque: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman»(1 Corintios 2:9).
Foto por Juanedc