Servir las mesas en un restaurante no me deja mucho tiempo libre, pero me gustaría contarles un poco acerca de mi trabajo.
Trabajar como mesera es una forma rápida de obtener dinero sin la necesidad de poseer altas habilidades; pero eso no significa que es un trabajo fácil.
Yo fui mesera toda mi etapa escolar. Durante la siguiente década, recorrí el mundo y trabajé para Mercy Ships. Este año regresé a casa y antes de casarme viví con mi mamá durante unos meses. Colaboré como escritora en algunas revistas y un periódico local, y fui voluntaria con varias organizaciones no lucrativas en proyectos de corto plazo. Lamentablemente ese tipo de trabajo no deja mucho dinero, así que para sobrevivir volví a mi trabajo colegial – sirviendo mesas en un restaurante local alrededor de 40 horas a la semana.
Este es un trabajo que no es glamoroso. Requiere paciencia, prolijidad, habilidad y delicadeza. Yo tomo las órdenes, sirvo la comida y limpio los desperdicios dejados por los clientes. Muchas personas dejan las mesas en un restaurante más sucias de lo que las dejarían en sus propios hogares. Después de todo, ellos no son los que tienen que limpiar. Ese es mi trabajo.
El trabajo de los clientes es diferente. Su trabajo es dejar una propina. Ustedes probablemente no se han puesto a pensar que el «salario» de la mayoría de los meseros es muy por debajo del salario mínimo. La Ley Federal de los Estados Unidos, por ejemplo, obliga a los restaurantes a pagar un mínimo de $2.13 la hora a su personal de meseros, asumiendo que las propinas recibidas igualarán el salario mínimo vigente de $5.15 la hora.
De todo lo que yo vendo, se me descuenta un porcentaje para impuestos, lo que significa que por 40 horas de trabajo a la semana yo probablemente recibiré un cheque de $20.00. Y si bien, al final del día, también recibo efectivo por las propinas pagadas con tarjetas de crédito, también se me descuentan impuestos sobre ese dinero.
Al menos, en el lugar donde trabajo se me permite retener todas mis propias en efectivo. Otros restaurantes dividen las propinas de los meseros con los mensajeros, cocineros, bartenders e inclusive con otros meseros.
De tal manera que para que los clientes realmente paguen nuestro «salario», deberían dejar al menos el 15 o 20 por ciento del total de la factura para la propina. En estos tiempos, el 20 por ciento es considerado lo normal (Si los clientes no pueden pagar esa cantidad, entonces deberían al menos ordenar un plato más económico, o no deberían comer en un restaurante con servicio a la mesa).
Algunas veces he sentido deseos de estrangularlos con las tiras de mi delantal, porque no se dan cuenta lo que sucede detrás del mostrador. Aparte de servir los platos, mi deber es abastecer los dressings para las ensaladas, llenar los envases de hielo, cambiar los contenedores para los jugos, cortar los pasteles y crear postres atractivos. A la vez puedo tener entre cinco y ocho mesas que también demandan mi atención, cada una con pedidos diferentes.
Por eso quizás muchas veces no pueda recoger ese vaso que necesita ser llenado con más bebida cuando a la vez tengo siete platos que se balancean en una bandeja gigante y un octavo en la otra mano quemándome los dedos.
Los meseros generalmente no cocinamos, solo servimos, y regularmente no es nuestra culpa si la orden está tomando más tiempo de lo normal. El horno de la cocina tiene una cierta capacidad y los cocineros no pueden freír al mismo tiempo todos los huevos que los clientes han solicitado. La mayoría de los meseros regresan a la mesa poco después de servir la comida. Esto a veces molesta a algunos de los clientes, pero es a la vez la oportunidad para que nos informen con delicadeza si la carne está cruda, o si no está término medio como la solicitó, o si la sopa esta fría.
Para mi es un gusto servir otro plato al cliente si no está satisfecho con el que le serví, o calentar algo para ellos. Pero me molesta cuando los clientes se enojan conmigo, o luego de que se han terminado los alimentos, van y le dicen a los administradores del restaurante que la comida no estuvo a la altura.
Yo tengo sentimientos y de hecho duele cuando las personas me culpan por cosas que están fuera de mi alcance. Desafortunadamente, los clientes que asisten los domingos después de la iglesia son unas de las personas más rudas y exigentes que me ha tocado atender. El pasado domingo, un Reverendo apareció en el restaurante con una corbata de «Sublime Gracia», la esposa bajo su brazo y acompañado de toda su familia política. Sin perder un segundo me puso en mi lugar porque le informé con mucha delicadeza que el filete de salmón, al que él le había puesto el ojo, se nos había terminado.
El reverendo me clavó los ojos a través de sus anteojos, y con un aire de reproche y autoridad, me dijo que sería bueno que en el futuro dijera a mis clientes con anticipación cuáles platos del menú se nos habían terminado.
Traté de respirar profundo para poner mis ideas en claro y no lanzarle encima la salsa de barbecue. Tenía ganas de decirle que yo había estado trabajando desde las 6 de la mañana, que dejé de tomar mi receso para almorzar porque el gerente me pidió que reemplazara a otra mesera, que a menudo en el transcurso del día se nos terminan al menos seis platos del menú, que la mayoría de las personas realmente no recuerdan la explicación que la mesera les ha dado acerca de los especiales del día o de la lista de platos que se nos han terminado, y que a la 1:50 pm, yo estaba atendiendo su mesa porque la mesera del turno de las 2 pm todavía no había llegado, y además que es trabajo del anfitrión del restaurante remover del menú los platos que se han agotado; pero me contuve. Simplemente me disculpé tan delicadamente como pude y le dije que había sido mi culpa. Muchas veces los meseros tenemos que atribuirnos la culpa.
Me fui a casa una hora más tarde de lo normal y el reverendo todavía estaba sentado en su mesa. Así que pedí a otra mesera que limpiara la mesa y me guardara la propina. Todavía esperaba recibir una propina dado que les brindé un servicio excelente.
Pero le voy a dar a ustedes mis lectores una clave libre de cargo: Si salen a comer, recuerden dejar a sus meseros una propina del 20 por ciento. Si estas personas los hacen sonreír o les provocan una carcajada, o si les han brindado un servicio excepcional (aun cuando las cosas quizás no salieron como se anticiparon), déjenles un pequeño extra. Recuerden que hay cosas que están fuera del control de ellos, y que a pesar de eso, están haciendo todo lo posible por servirles de la mejor manera.
El ejemplo de servicio que Jesús nos dio es mucho más real cuando se trata de un restaurante. Es cierto que el personal de meseros están ahí para servirles, pero cuando tratamos a esas personas con dignidad y simpatía, les estamos mostrando el respeto que se merecen. Recuerden que ellos tienen sentimientos y que solo están tratando de ganarse la vida.
Cuando nos portamos educados y generosos con estas personas, estamos sirviéndoles a ellos. De alguna manera pienso que si Jesús fuera uno de los clientes en un restaurante, se mostraría agradable, delicado y generoso.