Por Charles Fleming
¿Qué significa aceptar a Cristo? ¿Cómo sabe usted cuando ha aceptado a Cristo? ¿Necesitamos un despertar espiritual?
Cuando oímos estas preguntas, es fácil ponernos a la defensiva y sentirnos ofendidos. Estamos tentados a preguntar: «¿Están dudando mi conversión?» Sin embargo, el reto de evangelizar que estamos enfrentando es una noble tradición dentro del pueblo de Dios. Una de las primeras personas que lanzó este reto a un grupo de cristianos fue el apóstol Pablo. Al final de una poderosa carta a los corintios, en la cual expresó su fervoroso amor hacia ellos, los corrigió y les dio consejos amorosos. Él los retó con una advertencia, envuelta en una pregunta sencilla e inolvidable. En lo que hoy conocemos como 2 Corintios 13:5, 6, él escribió:
«Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? Mas espero que conoceréis que nosotros no estamos reprobados».
Al poner esta declaración al final de su carta, él parece querer decir que los miles de problemas y el dolor profundo en la congregación eran meros síntomas de un problema mayor. El problema real de muchos en Corinto era una relación con Cristo inadecuada. O ellos necesitaban un despertar religioso o aceptar a Cristo.
Pablo desafió a los corintios a examinarse a sí mismos. Quizá podemos identificarnos con los corintios porque los acontecimientos en nuestra iglesia han hecho sentir a muchos de nosotros como que estamos siendo probados por fuerzas fuera de nuestro control. Una prueba que parece girar alrededor de un tema básico, no obstante, nos puede afectar a todos diferentemente. Para algunos la pregunta es: ¿Estoy en la fe? Para otros: ¿Estuve alguna vez en la fe? Y probablemente para otros: ¿Estaré en la fe si sigo las enseñanzas que están siendo enseñadas por nuestra iglesia?
Si nos hemos sentido probados por las circunstancias, Pablo nos da las claves que nos permitirán hacer que estas circunstancias aparentes de prueba se vuelvan en un examen de conciencia que nos guíe a respuestas sólidas. El reto de Pablo puede entenderse de dos formas. Primero, puede entenderse como un llamado a probarnos si somos cristianos realmente y no sólo de nombre. Él recalcó que un verdadero cristiano es aquel en quien Jesucristo vive. La segunda forma en que este reto puede entenderse es llamándonos, para ver si como cristianos necesitamos un despertar religioso.
Tomemos el reto de Pablo y empecemos con la pregunta: ¿Cómo aceptamos a Cristo? Las escrituras y la experiencia muestran que no hay sólo un camino para aceptar a Cristo. De hecho, parece que cada individuo sigue una jornada o camino únicos. Cristo nos encuentra en un punto de necesidad en nuestras vidas y desarrolla una relación con nosotros que es única.
La conversión de tres hombres
Ilustraré esto comparando las conversiones de Pablo, Natanael y Tomás. Sus diferentes personalidades, circunstancias y necesidades los llevaron a jornadas radicalmente diferentes a medida que respondieron al llamado de Cristo.
Pablo, aquel fervoroso e intelectual hombre de acción, prefirió enfrentar los problemas de la vida de frente. Enredado como él estaba en una religión legalista, sus fuertes convicciones a menudo lo llevaron a confrontaciones intolerantes con quienes él no estaba de acuerdo. Es interesante notar que cuando Cristo decidió tener un encuentro más cercano con Pablo, lo hizo de una manera dramática y emocional que desafió a las creencias básicas de Pablo. Parece claro que Cristo adoptó un acercamiento que fue diseñado para la personalidad de Pablo y sus necesidades. Ahora diríamos que Jesús estaba «hablando el lenguaje de Pablo». El llamado fue directo, un reto para todo lo que Pablo creía ser verdadero en el sentido intelectual y emocional.
En cuestión de días, Pablo se volvió de estar «respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor» (Hechos 9:1) hasta predicar en «las sinagogas diciendo que éste [Cristo] era el Hijo de Dios… demostrando que Jesús era el Cristo» (vers. 20, 22). Hubo poco tiempo para la reflexión y un reajuste emocional frente a tan radical cambio de dirección. Pero ese era Pablo. Este hombre sincero nunca había dudado actuar según sus convicciones. Frente a su necesidad de cambiar, él fervorosamente confrontó sus errores e inmediatamente entró en acción para poner las cosas en orden. El milagro es que nuestro compasivo Salvador encontró a Pablo en el punto de más grande necesidad (una intolerante predisposición mental que era opuesta a lo que Dios soporta) y lo hizo de una manera que tenía sentido para Pablo: una confrontación.
Natanael, el fácilmente influenciable
Diferente a Pablo, Natanael no se dejaba llevar por sus convicciones para confrontar a alguien. En vez de tener un lucha fervorosa por sus creencias, él estaba en un punto en su vida cuando podía ser influenciado con facilidad. Todo lo que lo llevó a aceptar a Jesús como Dios y Rey fue la referencia velada de Jesús en Juan 1:43-51 hacia alguna necesidad que lo manifestara a sí mismo como el de «debajo de la higuera», como Jesús lo dijo. ¿Podía un llamado tan gentil e indirecto haber funcionado con Pablo? Uno sólo puede preguntarse eso, pero no parece probable. Esto funcionó para Natanael, aparentemente un individuo más introspectivo y confiado. Otra vez el asombro es que nuestro compasivo Salvador sabía exactamente cuál era la necesidad de Natanael y cómo «hablar su lenguaje».
Tomás, el vacilante
En contraste con Natanael, en Juan 20:24-28 leemos sobre Tomás. El convencer a Tomás de algo tomaba más que alusiones veladas. A pesar de vivir con Jesús por años y ver sus milagros, Tomás no le aceptaba a nadie la historia de la resurrección sin evidencia convincente. La personalidad de Tomás era tal que él necesitaba ver por sí mismo, tocar, palpar. Otra vez, el asombro de todo esto es que nuestro Señor hace nuestro llamado a nuestra medida. Él encontró a Tomás en su punto de necesidad y lo hizo en términos que tuvieran sentido para Tomás. Tomás pudo ver, tocar y palpar.
Tres hombres diferentes, tres personalidades radicalmente diferentes. Tres grupos de necesidades y circunstancias diferentes. Tres jornadas diferentes. Pero todos ellos llegaron al mismo destino. ¿Y cuál era ese destino? Ellos se sometieron al señorío de Jesucristo.
Notemos la descripción de su relación con su Salvador viviente. Pablo se regocijó en el «Hijo de Dios, el cual [lo] amó y se entregó a sí mismo por [él]» (Gálatas 2:20). ¡Qué Pablo tan audaz es el que describe aquí su amor por él! La realidad del amor de Cristo formaría su vida. Natanael declaró con entusiasmo: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel» (Juan 1:49). Por su parte, Tomás se rindió frente a una evidencia clara y reconoció a Jesús como su Salvador personal. Jesús no sólo es el Señor. Tomás lo llama: «Señor mío y Dios mío» (Juan 20:28).
El destino al que todos podemos llegar es a la total rendición a Jesucristo. Sin embargo, esa rendición solamente ocurre cuando reconocemos nuestro quebrantamiento. Jesús dijo que curaría sólo a aquéllos que están enfermos, no a quienes están sanos. Él dijo: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento» (Mateo 9:12, 13). Ahora sabemos que ninguno de nosotros es justo (Romanos 3:10) y que todos hemos pecado (vers. 23); está claro que Jesús está diciendo que su cura sólo funciona para aquéllos que reconocen que son pecadores, que reconocen su quebrantamiento.
La cuestión es que cualquiera que sea nuestra jornada, debemos llegar quebrantados al pie de la cruz. Quebrantados en el sentido de entender cuán incapaces somos para vivir una vida recta. Quebrantados en el sentido de tomar a Jesús literalmente cuando dijo: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Necesitamos entender eso porque por nuestra condición única como personas expresaremos nuestro quebrantamiento de manera diferente. Algunos de nosotros somos más expresivos que otros. Así que el examen de quebrantamiento no es necesariamente cómo hablamos o aun cómo adoramos. En vez de eso, el quebrantamiento es un estado mental que incluye lo siguiente:
Estar quebrantado significa que sabemos que no tenemos nada que ofrecerle a Dios que nos puede ayudar a ganar su favor o mantenernos en su favor. Nuestras acciones no lo lograrán (2 Timoteo 1:9; Tito 3:5). El éxito financiero no lo hará por nosotros (1 Pedro 1:18-19). Nuestras palabras no lo harán (Mateo 7:21). Tampoco lo harán nuestros pensamientos ni nuestras buenas intenciones (Romanos 10:4).
Estar quebrantado significa aceptar el punto de vista de Dios de que aun nuestros mejores intentos de justicia son como trapos de inmundicia (Isaías 64:6). O como lo escribió alguien, darse cuenta de que aun nuestras lágrimas de arrepentimiento necesitan ser lavadas en la sangre de Cristo, ya que en nuestros mejores motivos existe una mezcla de altruismo y egocentrismo. Ni aun nuestras lágrimas de arrepentimiento nos ayudan a ganar el perdón.
Estar quebrantado significa aceptar el perdón como Dios lo ofrece. James Bryan Smith en su libro Embracing the Love of God («Abrazando el amor de Dios»), lo pone de esta forma: «No hay nada que hayamos hecho o que podamos hacer para ganar su perdón y esto es precisamente lo que causa que muchos de nosotros lo rechacemos. A menudo preferimos tener control, parecer que somos valiosos y probar que merecemos ser perdonados. El perdón de Dios no puede ganarse, no importa cuán arduamente tratemos, pero aun así hay algo en nosotros que quiere seguir probando.
«El mayor obstáculo de aceptar el perdón de Dios es no querer aceptar la oferta de Dios tal como está. Queremos añadirle, modificarla y adaptarla, hacerla más realista.
«Después de todo, ¿quién nos perdonará de una vez y por siempre? ¿Quién nos perdonará aun cuando hayamos pecado contra ellos? ¿Quién nos perdonará aun antes de que le hayamos pedido perdón? Sólo Dios puede hacerlo. He llegado al punto donde he necesitado dejar mis propios criterios y sencillamente aceptar la invitación compasiva de Dios.
«Pienso que mi orgullo fue lo más dañino. A medida que tenía mi propio método para ser perdonado, tenía todo bajo control. Aceptar el perdón de Dios me hizo sentir humilde porque no podía hacer nada para ganarlo. Todo lo que podía hacer era estar en temor reverente, el cual, a propósito, es un buen lugar para estar».
Estar quebrantado al pie de la cruz significa que nos vemos a nosotros mismos como desesperados por la necesidad de la sanidad espiritual que sólo Jesús nos puede dar. Frente a nuestra depravación espiritual nos vemos como descalificados de haber tenido una relación con él. Pablo lo llama estar «alejados» de Cristo (Colosenses 1:21, Nueva Versión Internacional). Pero frente a la amabilidad de Dios y su amor nos vemos como totalmente aceptados, amados y apreciados (Tito 3:4-5).
Esto es lo asombroso de estar quebrantado al pie de la cruz. Por nuestro quebrantamiento somos hechos completos. Por nuestra enfermedad espiritual somos sanados. Por nuestra maldad somos llamados amorosamente, perdonados y restaurados. Se nos ha dado una vida caracterizada por estar en paz con Dios y tener la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5:1-3).
¿Y qué de ustedes, mis amigos? ¿Cómo han sido sus viajes hacia Cristo? Algunos de nosotros somos como el tempestuoso Pablo, el pasivo Natanael o el escéptico Tomás. O podemos ser totalmente diferentes de ellos tres. Pero la belleza del amor de Dios es lo que lo hace un amor inclusivo. Él nos ama y nos muestra ese amor al considerar quiénes somos, qué somos y qué se necesita para obtener nuestra atención. Él nos encuentra donde estemos y nos dirige adonde necesitamos estar. Verdaderamente, el llamado de Dios es para una relación íntima y personal con él.
Nuestro viaje personal con Cristo también debe guiarnos hacia un solo deseo en la vida. «Por tanto procuramos también… serle agradables», dijo Pablo. Sabemos que estamos quebrantados al pie de la cruz cuando nos damos cuenta de que no tenemos vida sin Cristo. Con él tenemos vida y tenemos un deseo sencillo: obedecerle, servirle y agradarle (2 Corintios 5:14, 15).
Éstos, entonces, son algunos de los aspectos que hemos de explorar cuando aceptamos el reto de Pablo de ver si necesitamos un despertar espiritual, o aun, aceptar a Cristo por primera vez. La evidencia que puede probar si nuestro quebrantamiento nos ha llevado más allá de una conformidad intelectual y dentro de un caminar íntimo con Cristo incluyen:
Sabemos que hemos aceptado a Cristo cuando vivimos la clase de vida descrita en Tito 2:11-14. Dicha vida es una vida en la cual la paz viene de saber que tenemos salvación: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres» (note el tiempo del verbo en el versículo 11). Como resultado de experimentar tan gran salvación aprendemos a decir «no» a nosotros mismos y sí a Cristo (vers. 12). Recibir la salvación conduce inevitablemente hacia un profundo compromiso de vivir vidas santas.
Sabemos que hemos aceptado a Cristo cuando nuestras vidas están caracterizadas por la libertad (2 Corintios 3:17). Primero, una libertad personal de la culpabilidad, la vergüenza y del culparnos a nosotros mismos, lo cual caracteriza las vidas esclavizadas al pecado (Gálatas 5:1; Hebreos 9:14). Segundo, un compromiso de darles a otros la libertad para ser ellos mismos, porque no sentimos la necesidad de imponerles nuestras normas personales (Gálatas 5:13). Confiamos en Cristo lo suficiente como para permitirle ser el Maestro de sus vidas y así no los juzgamos (Romanos 14:4, 5).
Sabemos que hemos aceptado a Cristo cuando dependemos en todo momento de su liderazgo para guiarnos y habilitarnos a lo largo de nuestra vida (Romanos 8:9). Esa total dependencia viene de saber que él es nuestra Roca (1 Corintios 10:4). Porque eso es exactamente lo que él es. Él es el cimiento de roca sólida en la cual podemos apoyarnos cuando vemos nuestro propio quebrantamiento. Algunos de nosotros, como Natanael, parece que fuimos quebrantados por las vicisitudes de la vida cuando conocimos a Jesús por primera vez. Esas personas se apoyan con alivio en esa roca sólida. Otros, como Pablo, necesitan ser estrellados contra esa dura roca antes de rendirse a una vida de dependencia en él.
Sabemos que hemos aceptado a Cristo cuando vemos cuán íntima nuestra relación es con él. Probablemente lo más impresionante es que el llamamiento de Dios y nuestra respuesta no puede reducirse a una fórmula. Es un encuentro cercano del tipo más íntimo. Cristo se aplica a sí mismo algún aspecto de la vida de la persona que sea muy importante. El resultado es una creación inolvidable de nuestra identidad con Cristo. Nosotros, individualmente, nos volvemos un nuevo hombre o una nueva mujer en Cristo. Hacemos esto al dejar que Cristo se haga cargo de nuestras vidas (Gálatas 2:20).
Sabemos que hemos aceptado a Cristo cuando, delante de Dios y los hombres, al congregarnos, nos relacionamos con otros de manera responsable y madura (Hebreos 10:24-25); cuando respondemos a los líderes espirituales que Dios pone sobre nuestra congregación (Hebreos 12:7, 17), cuando apoyamos al cuerpo de Cristo mientras éste lo representa (1 Corintios 12:12-21).
Sabemos que hemos aceptado a Cristo cuando queremos renunciar a derechos (aun derechos espirituales) porque nuestro amor por otros significa que no haremos nada que ofenda a un hermano (Romanos 14:19-23; 15:1-7).
Sabemos que hemos aceptado a Cristo cuando vivimos vidas confiadas y gozosas a pesar de las circunstancias físicas que puedan existir (Filipenses 4:7).
Así como nuestros hermanos corintios del primer siglo, nos encontramos confrontados con la pregunta inolvidable de Pablo. Es una pregunta que debemos contestar. Es una pregunta que sólo puede contestarse por cada uno de nosotros espiritualmente. Encontrar la respuesta requiere un tiempo privado con nuestro Señor. Pero es un tiempo bien aprovechado. Él dice que toca la puerta, listo para iniciar un despertar religioso o empezar una relación dependiendo de nuestras circunstancias. Todo lo que tenemos que hacer es abrir nuestra mente y nuestro corazón. Entonces, él vendrá y suplirá lo que nos falte en nuestra vida. Abramos la puerta, y él nos mostrará el camino.
Foto por jl.cernadas
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