«Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento»
Salmo 23:4
El Hijo del Padre, que vivía en lo alto, desciendió hasta el valle de la oscuridad y la muerte por nuestras almas. Cuando pensamos en la salvación de nuestras almas, tenemos que pensar en términos bíblicos, no en el sentido de la filosofía griega. El Hijo no descendió al valle para salvar lo inmaterial, la parte espiritual de nuestra existencia (es decir, la idea griega de «alma»). Él descendió para salvar nuestras vidas, la plenitud de todo lo que somos (es decir, el concepto bíblico de lo que somos como almas).
Al descender, el Hijo nos hizo completos. Por lo tanto, a pesar de que todavía tenemos que caminar en la sombra de este valle de la muerte, ya no tenemos miedo. Vemos en Jesús que el Señor ha descendido a este lugar con nosotros y su presencia nos consuela, porque sabemos que su presencia es suficiente para llevarnos seguros al otro lado. Con su presencia él está restaurando nuestras vidas.
Jonathan Stepp