Hechos 9:1-6, (7-20)
Saulo (Pablo), respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que pertenecieran al Camino (de Jesús), tanto hombres como mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén.
Y mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció a su alrededor una luz del cielo. Al caer a tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues?»
«¿Quién eres, Señor?» preguntó Saulo. El Señor respondió: «Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.»
Aquí tenemos a Saulo sumido en una profunda conmoción a partir de su experiencia en el camino de Damasco. Sabemos que él llegará a destacarse como una de las personas de más honda fe en Dios. Pero ¿no es acaso extraordinaria la fe en Dios de Ananías, tal como se da a conocer en este relato? El Señor le dice a Ananías en visión que Saulo ora y que también tiene una visión. Saulo ve “ a un hombre llamado Ananías” que viene y pone las manos sobre él para que Saulo pueda recobrar la vista. Ananías no dice “ese debe ser otro Ananías”. No dice: “Señor, no sé cómo hacer eso”. Él sabe que Dios quiere que él haga esto y él tiene fe en que es posible. No obstante, tiene miedo y se lo confiesa a Dios. El Señor le asegura a Ananías que Saulo es parte de su plan. Saulo será un instrumento del mensaje de Dios para todas las gentes. Eso es suficiente. Ananías va a ver a Saulo y hace lo que Dios le ha pedido.
- ¿Qué temor tienes respecto a la tarea a la que sientes que Dios te está llamando?
- ¿El compartir ese temor con Dios te liberaría para salir con fe a realizar esa tarea?
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