por Dan Shaeffer
Los debates ya empezaron este año y pronto tomarán furor de ciudad en ciudad y de país en país. Se trata del montaje de nacimientos o pesebres navideños en público y de las escenas de establo. Los cristianos los quieren, y los no cristianos, los rechazan. Algunos cristianos fervientes organizarán, planearán, solicitarán, amenazarán y estarán dispuestos a luchar en su esfuerzo por exhibir escenas de la natividad. Algunas de estas escenas tendrán estatuas y representaciones de madera, mientras que otras serán “en vivo.” Ahora bien, ¿Qué mensaje estamos enviando cuando exhibimos nuestros nacimientos?
Cada navidad, nuestra familia saca y exhibe nuestro propio nacimiento sin tanto debate, porque está colocado en un entrepaño del librero que está en la sala. Es pequeño, pintoresco, rústico pero de apariencia encantadora —y se ve muy ocupado con ovejas, pastores, camellos, reyes magos y dos bebés Jesús en el pesebre (uno de ellos era de otro nacimiento que ya no tenemos y fue puesto ahí por nuestro hijo más pequeño).
Asimismo, cuando papá conecta las luces en la noche y mamá añade un poco de follaje de la temporada para cubrir el techo del establo, éste da al librero un sentimiento festivo cálido y maravilloso. Y de pronto, esta escena es una reminiscencia de las escenas tan familiares en las tarjetas navideñas. Un poco simple, pero proporciona placer acogedor. Por todo esto, ¿Cómo es posible que alguien rechace esta acogedora escena de una familia en medio de la naturaleza? ¿Por qué tanto escándalo?
Pienso que el escándalo tiene su origen en personas, quienes además de no creer ni una palabra del relato, han pensado en ello lo suficiente como para sentirse incómodas por sus repercusiones. Y ahí es donde me encuentro —por primera vez—incómodo por las repercusiones que contiene la escena.
¿Por qué el niño Cristo debe ser encontrado acostado en un pesebre?
La navidad es el día cuando yo celebro la entrada del Eterno, Omnipotente, Omnisapiente, Omnipresente, Santísimo, Glorioso y Justo Dios a mi mundo. Honestamente, debo de parar y observar la escena del bebé Jesús en el pesebre, sentir incomodidad por las repercusiones y decir, “¿Qué hay de malo con esta escena?”
El problema consiste en que he presenciado por tanto tiempo la escena que me he insensibilizado a su significado. Lo he visto con tanta frecuencia que he dejado de pensar en ello. Pero esta escena no es normal. Dios quiso que yo pensara acerca de ello. El no quería que yo lo viera como algo acogedor y pintoresco. El quería que yo estuviera confuso y desconcertado, porque en esa confusión yo pensaría acerca de la escena en lugar de ignorarla.
También, las palabras que más he escuchado a menudo son las mismas en las que estoy en peligro de ser inmune. “Ah, esa es la historia de la navidad,” recuerdo, y luego empiezo a pensar en sacar las luces que están en el ático y de conseguir un árbol de navidad. ¡Pero esta imagen está equivocada! Pide una explicación a gritos. La escena del pesebre no fue diseñada para infundirme el “espíritu de la navidad,” sino para sacudirme hasta lo más profundo de mi alma.
Para empezar, cuatro palabras de esta historia simplemente no concuerdan. “Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” (Lucas 2:12). Dios, demasiado glorioso para ser observado y a quien Moisés e Isaías se postraron ante sus rostros, ¿acostado en un comedero de animales?
Aquél ante quien los querubines se cubrían sus rostros, ¿es acosado por moscas en un establo? Podemos ignorar esta historia si tan solo fuera un mito. Pero no es un mito, sino que es presentado como un hecho, y eso nos hace pensar.
“Acostado en un pesebre,” cuatro palabras maravillosas, hermosas y gloriosas. Existe más significado aquí que el simple hecho de que Jesús estuviera acostado en un pesebre. Esta es una parábola de Dios en cuatro palabras, es un testamento en madera y paja.
En estas cuatro palabras, estoy sorprendido de descubrir las respuestas a las preguntas más apremiantes con las que trato todos los días. Y por lo mismo, existen varias razones obvias del por qué el niño Cristo tenía que encontrarse acostado en un pesebre.
Una Señal para los Pastores
Belén estaba atiborrada de gente debido al censo. Con todos los bebés que estaban presentes, ¿cómo podrían estos simples pastores encontrar al niño que andaban buscando? Todo bebé estaría envuelto en ropas, así que eso no les ayudaría a simplificar la búsqueda. La señal para los pastores era que el bebé estaría acostado en un pesebre. Este no sería un suceso común o esperado. La escena es inusual y fue diseñada para ser percibida con ese fin. Así que me imagino a los pastores entrando a Belén, buscando a un bebé que estuviera llorando. Si el llanto provenía de un hogar o de los brazos de una madre, ellos seguirían buscando. Qué extraña pareció haber sido su actividad —sin embargo, estaban en una búsqueda. Estaban buscando por la señal prometida —un bebé acostado en un pesebre.
Finalmente, encontraron a María y José con Jesús tal como se les había dicho. Ahí estaba, acostado en un pesebre. Asimismo, en cuanto al carpintero y su joven esposa, presentimos otra razón de esa señal. Que así como la escena era una señal prometida para los pastores, también era una señal para los padres terrenales del niño Cristo.
Confirmación
No puedo dejar de pensar en la situación difícil de María y de José. ¿Era esto lo que María había vislumbrado cuando Elizabeth le profetizó que sería honrada grandemente entre las mujeres? Por una parte, seguro que ella no esperaba un evento ostentoso, pero ¿esto? ¿Acaso su fe fue desafiada cuando ella empezó a tomar parte en la escena de la natividad, agobiada después de un largo viaje? Sus labores de parto empezaban —una experiencia traumática para cualquiera y más para una joven adolescente.
Asimismo, no se menciona a ninguna otra mujer que estuviera en la escena –alguna partera o algún miembro de la familia, sólo José y su esposa “celebrando” la llegada del niño Dios en un establo. También, se me dificulta creer que la primera impresión que tuvieron María y José fue una de comprensión inmediata y de celebración por el suceso.
Mientras que estoy seguro que ellos no usaron estas palabras, ellos pudieron haber estado pensando, “¿Qué hay de malo con esta escena, Dios?” Para empezar, este albergue en donde se encontraban no era un Holiday Inn.
Era una serie de casillas o divisiones rudimentarias hechas dentro de una construcción. También, tenía una sección para los alimentos de los animales, y un lugar con fuego para cocinar. Esta última parte del albergue era en donde ya no había lugar.
A pesar de su embarazo, nadie se ofreció a ceder su espacio. Por lo tanto, terminaron alojándose en un área en donde el piso estaba regado de paja mezclada con desechos de animal y en donde el olor fétido ofendía al instante.
En esas condiciones María empezó con su trabajo de parto, gritando de dolor y de temor, con José su único asistente. Sería un carpintero quien iba a recibir a Dios en la carne conforme llegaba a nuestro mundo, resbaloso y cubierto de sangre, reaccionando con el llanto mientras que su cálido cuerpo enfrentaba el aire frío del lugar.
Ninguna escena navideña puede recrear esta realidad.
Esta escena del pesebre no fue diseñada para que me infundiera el “espíritu de la navidad,” sino para sacudirme hasta lo más profundo de mi ser.
Así, en ese momento, Dios envió a los pastores para que buscaran a esa familia solitaria. Cuando ellos llegaron, compartieron la visión angelical y la señal suprema —un bebé acostado en un pesebre. No estaba en un palacio o en una cuna decorada digna del Hijo de Dios. Ni siquiera en una casa. Sino afuera, en un establo frío y solitario. El bebé estaba en el lugar en donde se supone debía de estar —acostado en un pesebre. ¿Acaso María y José suspiraron con alivio?
Tal vez ellos necesitaban ser tranquilizados de que sus circunstancias eran santas para Dios, de que los planes no tenían ningún error —de que las promesas no se habían apartado. Este fue precisamente el lugar que Dios había escogido para su entrada a nuestro mundo. Podemos calificar esta entrada de muchas maneras, pero no era lo esperado. Esta entrada menos que triunfal no encajaba con su persona o su gloria —pero empiezo a ver que sí encajaba perfectamente en su propósito.
No había lugar para Dios
En realidad, tiene sentido. Cuando Dios regresó a su creación, no era apropiado el que bandas tocaran en su honor, que hubiera desfiles, o coros cantando y trompetas proclamando las buenas nuevas. ¿Por qué? Porque no eran buenas nuevas, al menos no para esta vecindad terrenal. Hacía mucho tiempo que Él ya había sido desterrado de nuestras mentes y corazones. No había gobernantes que quisieran ceder su puesto para Él o hacerle un lugar para su Reinado Soberano. No había palacios que le dieran la bienvenida con los brazos abiertos.
Por lo anterior, en vista de que no había lugar para Dios en el mundo que él había hecho, él entró al mundo por un lugar en donde nadie quería, nadie codiciaba, y a nadie le importaba, era un lugar en donde nadie se iba a dar cuenta siquiera. El Dios del Universo, encontró su primer día de humanidad acostado en un pesebre.
¿Existe realmente algún error con esta escena? Si no entendiera el amor de Dios, me vería forzado a reír. Pero, empiezo a sentir una sabiduría hermosa, simple y sin complicaciones en esa escena. Mientras que lo veo acostado en un pesebre, de pronto veo algo que nunca hubiera entendido de otra manera.
Entendiendo la Humildad de Dios
¿Cómo pude haberlo pasado por alto antes? ¿Cómo puede un Dios perfecto, infinito, humillarse de tal manera que pueda yo entenderlo? Si él hubiera llegado en la compañía de miles de ángeles, demasiado gloriosos para ser observados, descendiendo del cielo en carruajes de oro y de joyas preciosas mientras que cantan “Santo, Santo, Santo, Santo es nuestro Dios,” él todavía se hubiera humillado a sí mismo pero yo no lo hubiera entendido. Dios quiso humillarse a sí mismo de tal manera que aún un sencillo pastor, o un niño, o un recaudador de impuestos, o un pescador, o una mujer de la calle, o un auto justo fariseo, o yo lo hubiéramos entendido. El mensaje no debe de mal interpretarse. ¿Qué mejor lugar para ser encontrado que “estar acostado en un pesebre.”?
Asimismo, si sigo mirando, encuentro otra razón por la que él se encontraría acostado en un pesebre.
Cualquiera se puede acercar a Él
¿Por qué no se me había ocurrido? La gente común no puede visitar los palacios de reyes recién nacidos sin invitación. Pero reyes y príncipes pueden visitar establos. Y también los panaderos, tejedores, hombres sabios, dependientes de tiendas, sacerdotes y niños.
El niño Cristo estaba anunciando de una manera dramática de que iba a estar disponible para todos. Él estaba accesible. No vino a aislarse a sí mismo, sino a mezclarse con su creación y ponerse a su disposición. ¡Y todo esto mediante el simple hecho de ser encontrado acostado en un pesebre!
El Arca decorada del Pacto del Antiguo Testamento albergaba la gloria de Dios. Y sin embargo, ¿un comedero para bestias de carga albergaba a Dios en la carne? Pero, ¿Por qué?, nos preguntamos. ¡Por supuesto, lo hizo por mí! El se humilló a sí mismo ante mí para que me diera cuenta que no habría nada que Dios no hiciera para llevarme a una relación con él.
Con este simple acto, él contestó algunas de las más grandes preguntas que yo tengo. Cuando sea que esté tentado a rezongar: “Dios, tú no sabes cómo se siente el ser humillado de esta manera,” él señala hacia el pesebre. Ah, ahora entiendo —¡él entiende! Y cuando grito en mi corazón: “Señor, merezco algo mejor que esto,” él me señala el pesebre, y la escena me recuerda que él también sufrió esta indignidad. Cuando le digo a Dios: ”Ves estas injusticias en mi vida —tú las podrías cambiar —tienes el poder.” él está de acuerdo, pero me recuerda lo del pesebre.
Estas no son cosas que pertenezcan a las tarjetas navideñas. Son cosas que tienen que ver con transformación. ¿Estoy escuchando? ¿Podría regresar a mi cómodo hogar y no reflexionar ante esta maravilla? ¿Podré pasar por un hospital grande con todas las comodidades que la sociedad puede ofrecer, o entrar a un hospital o a una guardería iluminada, limpia, saludable y acogedora, ¿y no maravillarme que mi Dios está acostado en un pesebre?
Anoche pasé por las habitaciones de mis hijos, con sus camas acogedoras y juguetes nuevos esparcidos por el piso. Sentí que mis ojos se humedecían. “Dios ayúdame,” dije, “si alguna vez pasara de nuevo por alguna tienda de bebés, llena de comodidades disponibles para mis hijos, y no te considerara a ti, que estás en un pesebre…”
¿Qué hay de malo con esta escena? ¡Nada tiene de malo! Esta es una señal preciosa para mí, mi Dios —¡acostado en un pesebre!
Dan Schaeffer es autor del libro “La Zarza no se quemará” (The Bush Won´t Burn), y “Me quedé sin Fósforos” (I´m all out of Matches), editorial Discovery House.
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