Un estudio de Mateo 16
Por
Michael Morrison
Jesús alabó a Pedro por identificarlo a Él con exactitud como el Mesías, y le prometió una gran autoridad. Pero casi en el siguiente respiro, Jesús le dio a Pedro uno de los regaños más grandes en toda la Escritura. El incidente, y la enseñanza de Jesús que la rodea, nos dicen mucho acerca del propósito del Mesías.
Viendo una señal
Primero, algunos de los fariseos y saduceos se acercaron a Jesús y, para ponerlo a prueba, le pidieron que les mostrara una señal del cielo (Mateo 16:1).
Jesús ya había hecho muchos milagros, pero los líderes judíos querían una prueba especial. Jesús rehusó pasar la prueba de ellos, porque ellos estaban haciendo las preguntas equivocadas.
Él les contestó, citando algunos proverbios acerca del clima:
“Al atardecer, ustedes dicen que hará buen tiempo porque el cielo está rojizo, y por la mañana, que habrá tempestad porque el cielo está nublado y amenazante. Ustedes saben discernir el aspecto del cielo, pero no las señales de los tiempos” (vv. 2, 3).
Ellos no podían interpretar las señales porque estaban buscando el tipo equivocado de señales.
Cuidado con ideas equivocadas
Mateo cambia la escena, pero todavía tiene el mismo tema en mente.
“Cruzaron el lago, pero a los discípulos se les había olvidado llevar pan. —Tengan cuidado—les advirtió Jesús— eviten la levadura de los fariseos y de los saduceos” (vv. 5, 6).
Jesús dijo esto a manera de metáfora, pero los discípulos pensaron que Él les estaba advirtiéndoles contra la levadura material. En vez de preguntarle a Jesús lo que Él quiso decir, ellos comentaron entre sí: «Lo dice porque no trajimos pan» (v. 7).
Pero Jesús sabía lo que ellos estaban discutiendo, y les preguntó: —Hombres de poca fe, ¿por qué están hablando de que no tienen pan? ¿Todavía no entienden? ¿No recuerdan los cinco panes para los cinco mil, y el número de canastas que recogieron? ¿Ni los siete panes para los cuatro mil, y el número de cestas que recogieron? ¿Cómo es que no entienden que no hablaba yo del pan sino de tener cuidado de la levadura de los fariseos y saduceos? (vv. 8-11).
No estoy preocupado por el pan, pareció decir Él. Si lo necesitamos, podemos hacer más. Los discípulos entonces entendieron que Jesús estaba usando una figura de lenguaje: Entonces comprendieron que no les decía que se cuidaran de la levadura del pan sino de la enseñanza de los fariseos y saduceos (v. 12).
Aunque Jesús pudo haber tenido varias enseñanzas en mente, Mateo las pone en el contexto de las ideas acerca del Mesías. Los líderes judíos recién habían pedido una prueba de que Jesús era el Mesías. Ellos tenían ideas de lo que haría un Mesías, pero estaban equivocados, por lo que Jesús dijo a Sus discípulos que no los escucharan.
‘Tú eres el Mesías’
La siguiente escena que Mateo describe ocurre al norte de Galilea, en un área gentil gobernada por Felipe, el hijo de Herodes. Era un lugar seguro para hablar sobre la palabra Mesías sin que hubiera gente que agarrara una idea equivocada.
Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a Sus discípulos: —¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? (v. 13).
Le respondieron: —Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas (v. 14).
Es dudoso que ellos pensaran que Jesús era realmente Juan o Jeremías regresado de los muertos. Más bien, estaban adivinando qué tipo de profeta era: un hacedor de milagros como Elías, o un pregonero de calamidades como Jeremías, o algún otro mensajero de Dios.
—Y ustedes, quién dicen que soy yo? —Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente—afirmó Simón Pedro. —Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás—le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo (vv. 15-17).
Pedro probablemente pensó que la idea era de él, pero Jesús le dijo que el pensamiento, de hecho, venía de Dios. Jesús aceptó los títulos que Pedro le había dado y los reforzó al revelar un papel especial para Pedro:
Yo te digo que tú eres Pedro (griego Petros), y sobre esta piedra (petra) edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella (v. 18).
Algunos intérpretes concluyen que la “piedra” sobre la cual Jesús edificó Su iglesia es Pedro; otros dicen que es Su confesión. Sin embargo, incluso si Jesús se refirió a Pedro, Él no está prediciendo una jerarquía o sucesión apostólica. Jesús usó a Pedro para edificar Su iglesia, pero Él también usó a los demás apóstoles (Ef. 2:20). Y Él prometió que la muerte nunca conquistaría a la iglesia.
Jesús le prometió autoridad a Pedro: Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo (v. 19).
El significado de este verso es ampliamente debatido, pero la interpretación más segura parece ser, que Pedro abriría las puertas del cielo a más personas por medio de la predicación del evangelio.
Cuando los rabinos hablaban de “atar” y “desatar”, estaban hablando acerca de cuáles mandamientos eran requeridos para el reino. Jesús aparentemente quiso decir que a través del evangelio, Pedro diría a las personas que, por la gracia de Dios, Jesús era el Camino hacia el reino de Dios. En Mateo 18:18, Jesús expandió esta función a todos Sus apóstoles. Las enseñanzas de ellos son guías autoritativas para nosotros.
Entonces Jesús ordenó a Sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Cristo (v. 20).
Ya que las personas tenían un concepto equivocado sobre el Mesías, ellas solamente lo malentenderían si es que los discípulos usaban esa palabra para Jesús.
Un Mesías que muere
Jesús entonces enseñó a Sus discípulos cuál era realmente Su función como Mesías. No era juntar un ejército ni traer prosperidad.
Desde entonces comenzó Jesús a advertir a Sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara (v. 21).
El Hijo de Dios tendría que morir y ser resucitado.
Esto estaba tan lejos del concepto de Pedro que Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo.
Unos pocos minutos antes Pedro había proclamado que Jesús era el representante de Dios, pero ahora trata de corregirle. —¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás! (v. 22). Nosotros podemos evitar eso, parecía decir él.
Pero Jesús le dijo que él estaba completamente equivocado:
—¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres (v. 23).
A través de su ignorancia e ideas preconcebidas, Pedro estaba tentando a Jesús para que usara Su poder para Su propio beneficio, así como Satanás había tentado a Jesús antes. Pero el Hijo de Dios no vino para servirse a Sí mismo—Él vino para entregarse.
Jesús tenía un enfoque diferente: —Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará (vv. 24, 25).
Jesús no sólo está hablando acerca de los mártires—Él está también hablando acerca de personas que pierden metafóricamente sus vidas, al abandonar el egocentrismo, el egoísmo y la auto-preocupación. La vida egoísta fracasará, pero si entregamos nuestras vidas al servicio de Jesús, entramos a una nueva vida, la vida eterna.
¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? (v. 26).
Incluso si conquistaras todo el imperio romano, ¿qué bienestar te daría ello, si usas métodos militares para hacerlo? Entonces no serías mejor que los romanos. La batalla mayor, y la razón real por la que necesitamos un Mesías, es la transformación espiritual, transformación procedente del estrés, del temor, y de la ansiosa preocupación por una vida egoísta, hacia el reposo interno y la paz de la vida en Jesucristo.