Por muchos años, representé mal a Jesús sin saberlo y aún veía mal a otros cristianos porque no practicaban mi rama particular de religión. Yo era religiosa, muy religiosa, pero mi corazón no confiaba completamente y sólo en Jesús. Las personas a las que yo criticaba eran hermanos y hermanas de Jesús. Pablo fue reprendido fuertemente por actitudes similares cuando amenazaba con matar a los discípulos. Mientras iba por el camino a Damasco fue derribado y quedó ciego. Señor ¿quién eres tú? Preguntó Pablo. Yo soy Jesús a quien tú persigues. Como ven, ¡Jesús tomo esto como algo muy personal!
Antes de que yo pudiera testificar y presentar el evangelio de Jesús tuve que trasladarlo a mi corazón. Tuve que conocer a Jesús como un Dios personal y no como un Padre distante y a veces ansioso por castigarme cuando cometía algún desliz. Por mucho tiempo yo creía que Jesús existía pero realmente no confiaba en Él completamente para mi salvación. Estaba haciendo muchas cosas religiosas y creía que esas cosas me ayudaban a prepararme para la salvación. La realidad es que mi salvación es por Su gracia no por obras para que nadie se jacte. (Efe 2:8).
Cuando mi nítido y ordenado mundo religioso se derrumbó debido a cambios doctrinales en mi iglesia, estaba enojada y confundida. En oración Dios me guió a una escritura que yo comencé a orarle a Él. Jesús mismo me estaba hablando cuando pasé a Juan 10:3 y él dijo: mis ovejas conocen mi voz y me siguen.
Estoy comenzando a reconocer Su voz y a seguirle. Conocer a Jesús por medio de su palabra y experimentarlo está haciendo una gran diferencia en mi testificación.
Cuando Jesús es Señor en mi mente, mi corazón y mi voluntad, puedo ser sus manos, sus pies y su voz para alguien más. La verdadera libertad viene cuando comprendemos que no importa lo que podemos hacer sin Él. Importa lo que Él nos invita a hacer con Él.
Un verdadero testigo de Jesús tiene que experimentar su amor y aceptación y perdón y solamente entonces está preparado para ayudar a otros a experimentar esa gracia. Solamente entonces puede uno representar verdaderamente a Dios ante las personas en el mundo.
En nuestra vida diaria, en nuestro vecindario, en el trabajo y en nuestros hogares, podemos ser sensitivos a la presencia de Dios. Necesitamos estar atentos a su voz y a su llamado. Comenzamos a reconocer su voz y a escucharlo. Él nos llama a una misión. Realizando simples acciones de auto entrega: un abrazo o una sonrisa, una palabra de ánimo, una comida especial y aún presentando el mensaje del evangelio cuando hay oportunidad, seremos las manos de Cristo, sus pies y su voz donde quiera que vayamos.
Somos Jesús con piel y puede ser que seamos el único Jesús que alguna persona pueda ver.
Carmen Fleming
Miami, Florida