¿Qué podemos hacer para ayudar a los inconversos
a encontrar su camino de regreso al Padre?
Por Ken Williams
El regalo más precioso que Dios nos ha dado es nuestra relación personal con Él. Notablemente, Dios nos conoce personalmente y nosotros lo conocemos a Él. Por la gracia de Dios somos tranquilizados por Su presencia en medio de nuestras dificultades. Cuando todo y todos los demás nos fallan, descansamos confiadamente en Sus manos amorosas. Durante tiempos menos dificultosos, volamos alto como las águilas en las cumbres del gozo. No hay nada más importante que ésta relación íntima que hemos recibido a través de Jesucristo.
Dios nos creó para tener una relación personal con Él. Parecería entonces que el evangelismo sería algo fácil. Puesto que las personas tienen hambre de una relación personal con Dios, entonces abramos ampliamente las puertas de la iglesia y dejemos que ellas entren. Pero sabemos que esto no está ocurriendo en nuestras congregaciones. Las personas que han formado parte de una encuesta después de visitar una iglesia, dicen que encontraron que las personas de la iglesia eran amigables pero que no percibieron la presencia de Dios. Se quejaron de que la iglesia no parece relevante a sus necesidades. Podríamos señalar que Dios siempre está presente, por lo que si ellos no lo experimentaron, deben estar espiritualmente ciegos. Mientras que esto sería verdadero para algunos, necesitamos considerar nuestra parte en esto.
Jesús dijo: «Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad… porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.» Jesús no dijo que Dios está buscando maestros, evangelistas o predicadores. Mientras que Él sí nos da a algunos de nosotros estos dones espirituales, Jesús dijo que Dios busca adoradores.
Nuestra respuesta amorosa a Su amor por nosotros es la adoración. La gratitud sigue a la gracia. Como la perdonada mujer que lavaba los pies de Jesús con lágrimas de gozo, o como el apóstol Pablo que recordaba lo que hizo cuando era Saulo de Tarso, también nosotros nos postramos y adoramos, agradeciéndole por Su gracia. Dios nos atrae a Jesús; Jesús nos salva del pecado; el Espíritu Santo nos da vida y dones. Adorar a Dios es nuestra respuesta individual y colectiva en ésta relación íntima.
George Barna, Henri Nouwen, Sally Morgenthaler, Robert Webber, Jack Hayford y otros creen que la dimensión ausente en las iglesias de hoy, en los Estados Unidos, es la adoración. Demasiadas iglesias están mirando a los inconversos como consumidores que están buscando productos, en vez de verlos como niños buscando a su Padre. Nuestras iglesias locales pueden servir cada semana a los inconversos, ayudándoles a encontrar a Dios al seguir ellos nuestra dirección cuando le adoramos.
Nuestra adoración personal diaria es el poder detrás del evangelismo relacional, y la adoración colectiva es el poder que hace a nuestros servicios eclesiásticos algo real o relevante. Cualquier cosa que distraiga a las personas de experimentar la presencia de Jesús, debe ser quitada de nuestras vidas y de nuestros servicios de adoración. Las almas hambrientas necesitan a Jesús. Necesitamos enfocarnos en cómo podemos compartir el Pan de Vida con las almas hambrientas.
Ésta es una meta desafiante. Los equipos de adoración y los equipos pastorales necesitan planificar y orar juntos para asegurarse de que ninguna otra personalidad que Jesucristo esté al frente y en el centro de nuestras congregaciones. Buscamos crear un medio ambiente que esté basado en la gracia, centrado en Cristo, conducido por el Espíritu, dirigido por la Palabra, edificado por el compañerismo y hacedor de discípulos. No podemos dar lo que no tenemos, pero podemos, por la gracia de Dios, expresar nuestra gratitud en adoración en nuestros servicios semanales de principio a fin. Así, los inconversos pueden seguir nuestra dirección en adoración y venir a nuestro Padre que está en el cielo.