por C. Baxter Kruger
El apóstol Pablo declara que el Padre “nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad” (Efesios 1:5). Ahora bien, existen tres puntos principales en esta breve declaración. El primer punto es la idea de la predestinación, el segundo tiene que ver con el propósito de nuestra adopción, y el tercero de que esa adopción fue planeada para llevarse a cabo a través de Jesucristo.
Muchos se horrorizan ante la idea de la predestinación, pero en realidad este concepto se encuentra en el núcleo del evangelio. Esto significa que fuimos conocidos y amados, nombrados y reivindicados por el Padre mismo antes de la fundación del mundo. No obstante, los calvinistas han tenido éxito en calumniar el concepto de la predestinación. Ellos limitan el amor y el corazón del Padre a unos cuántos escogidos, pero no permita que el error de ellos le impida ver que el Padre mismo le amó a usted antes de que creara al mundo, y esto nunca ha dejado de ser en su mente.
Para Pablo, el Dios que predestina no es el Dios solitario, sin rostro, sin nombre; o el Dios frío, inalcanzable, el juez cósmico de nuestras débiles imaginaciones. Al contrario, el Dios que predestina es el Padre de Jesús. Y esta relación no es triste, solitaria, o aburrida. Esta relación está viva, centrada en el amor, con pasión y compañerismo. Por lo tanto, el propósito del Padre para con nosotros, fluye de su relación con su Hijo.
También, no es de extrañar que el pensamiento de Pablo se traslade de esta relación entre el Padre y el Hijo a nuestra adopción. Por lo que estamos viendo, ¿puede haber algo más sorprendente que leer que fuimos predestinados por el Padre de Jesús para ser adoptados dentro de su familia?
La adopción va más allá del simple hecho de recibir una condición legal ante un ser divino distante. La condición en sí no es una cosa mala, por supuesto, pero no se acerca en lo mínimo a lo que es una relación verdadera. El don de haber sido dados en adopción radica en el Padre mismo. Lea el versículo de nuevo: “nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad”. Lo que el Padre quiere es una verdadera relación con nosotros, no meras legalidades. El quiere comunión, compañerismo, una vida compartida. El no quiere obediencia externa y religiosa mediante un conjunto de reglas. El quiere que le conozcamos y de su amor con su Hijo. Su plan es darnos un verdadero lugar en la vida, el compañerismo, y la gloria que Él comparte con su Hijo y con el Espíritu. Hemos de ser atraídos hacia la gracia y el amor de la vida Trinitaria de Dios. Esta es la verdad que nos dice que tan valiosos, queridos y apreciados somos ante Dios.
Cuando Pablo mira retrospectivamente dentro de la historia y de la eternidad para encontrar la razón de todo esto, él ve la hermosa relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu y también ve la decisión de que nos dan un lugar personal dentro de esta relación. Eso es lo que significa una adopción, y Pablo nos dice que ese era el plan desde antes de la creación del mundo. Sin embargo, a pesar de la riqueza, la hermosura y de lo increíble que es esta noticia, Pablo añade un aspecto adicional que es revolucionario.
Mucho antes de la creación
Por último, ¿quién es responsable de traernos los sueños del Padre para que fructifiquen? ¿Acaso estamos tratando con un gran sueño del Padre para nosotros pero sin ninguna estrategia que se esté llevando a cabo? ¿Fueron los sueños del Padre confiados a Adán, a Israel o a la iglesia? Note cuidadosamente que Pablo dice: “nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo” (las itálicas son mías). Por lo anterior, vemos claramente que Jesús no era el plan “B” que debía de seguirse tan pronto como fallara el plan “A” en Adán. Jesús es el plan original, el alfa y el omega, la Palabra eterna de Dios, el buen pastor asignado desde antes de la creación del mundo.
Lo que Pablo nos está diciendo es que el Hijo del Padre estaba “en camino de convertirse en carne”, tomando prestadas las palabras de un eminente teólogo reformado, Thomas F. Torrance, aún antes de que la primera partícula de la creación fuera llamada a existencia. Por lo tanto, la caída de Adán, el pecado de la humanidad, el llamado de Israel y la entrega de la Ley, todo esto cae dentro del encabezado de “la llegada del Hijo del Padre.”
En conclusión, es por lo mismo que antes de que todas estas cosas ocurrieran en nuestra historia (la historia humana), Dios ya tenía el propósito de hacernos suyos mediante la adopción al enviarnos a su Hijo, Jesucristo, para hacer posible nuestra redención. Por lo tanto, nuestra fe descansa en “la esperanza de la vida eterna, la cual prometió el Dios, que no puede mentir, antes de los tiempos de los siglos.” (Tito 1:2. RV2000). ◊
El Dr. C Baxter Kruger es director de los Ministerios Perichoresis y presidente de una compañía de carnadas para pesca. Para mayor información puede visitar la página: www.perichoresis.org.