Nuestra iglesia ha tenido un historial de preocupación por la predicción y observación de los tiempos del fin, hasta que hace unos 20 años dejamos de tener este enfoque. Por otra parte, sería comprensible el hecho de que alguno de nosotros, quienes hemos estado por tanto tiempo, pudiera tener una recaída a la antigua manera de pensar, temiendo que finalmente la “gran tribulación” nos haya alcanzado. Por este motivo, consideremos calmadamente la situación a la luz de lo que la Biblia nos tiene que decir realmente sobre este tema.
Para ello, cabe mencionar de que hay tres factores clave que debemos de tener en mente.
Primero, tanto Jesús como Pablo expresaron que ninguno, incluyendo a la iglesia, sabría cuándo regresaría Cristo (Mateo 24:36). En su lugar, se nos ha dicho que estemos siempre preparados, por la misma razón de que no sabríamos el tiempo del regreso de Cristo (v. 44).
Segundo, los eventos que Jesús describió a los discípulos en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21 no eran acerca de nuestros tiempos, sino acerca del tiempo de ellos— “no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca,” dijo él (Mateo 24:34). Y aquellos eventos, preservados en un escrito apocalíptico altamente simbólico, tomaron lugar en su generación cuando los romanos saquearon Jerusalén y arrasaron con el templo.
Tercero, debemos de recordar que la Biblia, incluyendo el libro de Apocalipsis, no está allí para que la usemos o la interpretemos a nuestro antojo. En Segunda de Timoteo 3:15 se nos dice que las Escrituras “te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” También, el versículo 16 dice que “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia.”
De acuerdo a sus propios testigos, la Biblia está para lo que fue diseñada. Y así es como deberíamos de usarla. Su propósito es enseñarnos acerca de Jesucristo—quién es su Padre, quién es él, y quiénes somos nosotros en él—y las implicaciones de ello. Es útil para la enseñanza, la reprensión, corrección e instrucción en justicia, no es para la predicción del fin de esta era o para condenar a las personas que todavía no conocen a Cristo.
La Biblia es para enseñar,
reprender, corregir e instruir
en justicia, no para predecir
el fin del mundo.
Aún así, a pesar del hecho de que la Biblia nos dice qué es y para qué debería de ser usada, es todavía probablemente el libro más abusado y malinterpretado en el mundo. Así, algunos piensan que ellos pueden encontrar la respuesta a cualquier pregunta imaginable, y que esa respuesta se encuentra en algún lugar entre sus páginas.
Estas personas consideran la Biblia como la autoridad final en asuntos de dieta, de vestir, qué tipo de entretenimiento es aceptable, qué pasatiempos tener, y la lista puede continuar. Y por supuesto, algunos claman que ellos pueden usar la Biblia para calcular exactamente cuándo será el “tiempo del fin.”
Tales predicciones son siempre erradas, no obstante, ello no detendrá a los que quieren ser profetas. Cuando se equivocan, simplemente vuelven a sumergirse en las escrituras, buscando cuidadosamente hasta que salen con otra interpretación creativa. Tal obsesión se deriva de muchas cosas, pero entre ellas está el anhelo de ser especial, de conocer cosas secretas que otros no saben. También, puede tener su origen en el temor. Al parecer, creemos que si podemos averiguar cuándo ocurrirá una calamidad, entonces sentiremos menos terror de ella.
Sin embargo, está muy claro. La Biblia es para la enseñanza, la reprensión, corrección e instrucción en justicia, no es para la predicción del fin de esta era.
Ahora bien, ¿por qué algunos creyentes se ponen nerviosos ante la idea del regreso de Cristo? Se ponen así por una razón: tienen ideas equivocadas acerca de Dios. Han sido llevados a creer que Dios es algún tipo de Juez Iracundo quien está rondando para descargar su terrible venganza sobre todo pecador. En el fondo de sus mentes está el Dios enfurecido y encolerizado del llamado “Gran Despertar”, tema predicado por personalidades de gran influencia tal como lo es el predicador Jonathan Edwards.
Pero Dios no es así. Él es exactamente lo que la Biblia dice que él es: Padre, Hijo y Espíritu Santo— el Padre quien amó tanto al mundo que mandó a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo (Juan 3:16-17); el Hijo quien llegó a ser uno de nosotros por la voluntad del Padre, para que nosotros habiendo sido hechos puros y sin pecado en él, pudiéramos compartir en su relación eterna de amor con el Padre; y el Espíritu Santo, a quien el Padre y el Hijo nos mandan para guiarnos a toda verdad y para transformarnos en la imagen de Cristo desde nuestro interior hacia afuera.
Así pues, los terremotos no son el castigo de Dios sobre los pecadores. El Dios revelado en Jesucristo envía su gracia a los pecadores inmerecidos, no sus plagas.
Los terremotos son terremotos. Son un hecho de la naturaleza. No son el resultado de la furia de Dios descargada sobre los incrédulos. Los terremotos son el resultado de movimientos naturales de la corteza terrestre.
Nos preparamos ante ellos aprendiendo a evitar el ser sorprendidos o atrapados por escombros y guardando un “equipo de emegencia” que contenga provisiones para durar unos cuantos días. No nos preparamos ante estos desastres fabricando conceptoss no bíblicos acerca del fin de esta era y quiénes son los que Dios ama u odia.
Dios ama al mundo entero, es por ello que él mandó a su Hijo a salvarlo. Y Jesús aún nos ordena que amemos a nuestros enemigos, tal como él amó a sus enemigos (tal como antes nosotros fuimos sus enemigos) y dió su vida por ellos (Romanos 5:8, 10).
El apóstol Pablo escribió que deberíamos de estar siempre listos para el final de esta era, no para alimentar nuestra adicción a las predicciones, sino en cuanto a “habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:8-9).
Por último, no hay necesidad de entrar en pánico. Más bien, como hijos amados del Padre, podemos llevar el amor de Dios a otros para que puedan soportar el sufrimiento, hasta el gran día de su aparición, cuando por fin todo ojo le verá y toda rodilla se inclinará ante Jesús, quien amó al mundo entero y se entregó a sí mismo para salvarlo.