¿Qué tan importante es tu nombre?

Entre nosotros los latinos existe una circunstancia respecto al nombre que ostentamos; en muchas ocasiones no estamos de acuerdo o gustosos con el que nos asignaron nuestros padres y contamos con un buen número de casos de juicios notariales por cambio de nombre.

Sin embargo; entre los derechos que tenemos como humanidad y como ciudadanos de un país (en especial en México por sus leyes), está el de tener un nombre. Un nombre que nos distinga de los demás, junto con los apellidos de la familia, aunque ya no ostentamos un escudo heráldico.

A pesar de las muchas controversias, la ley nos hace objeto de un nombre que nos da personalidad jurídica y civil.

Como cristianos sabemos que para Dios el nombre de las personas tiene mucha importancia, recordando que fuimos engendrados uno por uno; no dudo que Dios nos ha asignado un nombre que, por alguna razón histórica no lo conocemos, pero en su Santa Palabra nos da indicios de cuán importante es para Él el nombre de sus hijos. Esto nos demuestra la relación tan personal e individual que ha establecido para unirnos a Él de manera que no comprendemos plenamente ahora. En las fuentes de información en línea aparece la siguiente declaración: “El propósito de publicar una relación de nombres, personales y de topónimos, es decir, de personas y de lugares que aparecen en la Palabra de Dios, es por la importancia que tienen para comprender con mayor exactitud lo que Dios quiere transmitirnos con ella. Nosotros que vivimos en una cultura occidental, utilizamos los nombres simplemente para designar y diferenciar a las personas, y ponemos esos nombres porque nos gustan, o para recordar a seres queridos o a familiares. Sin embargo, en la cultura bíblica, en el mundo hebreo, los nombres eran escogidos por sus significados. Estos eran palabras o frases que eran inteligibles para cualquiera. Muchas veces estos nombres eran utilizados para la descripción de las experiencias de sus padres. Esto trasciende a una esfera espiritual, pues el nombre define a su poseedor y nos explica el por qué lo utiliza el Señor y nos describe sus cualidades” Fuente: Wikipedia.

Veamos algunos ejemplos bíblicos donde resalta la importancia que tiene la asignación de un nombre. La creación cantada en Génesis 1 a 3, incluye la aparición del primer ser humano pleno: hombre y mujer.

Adán.- Adán fue y sigue siendo único, el nombre que Dios le asignó “Proviene del hebreo אָדָם (ʼĀḏām), y significa «hombre», «rojizo», «sangre», o bien «hecho de tierra». Hombre de la tierra. De tierra roja.

Este nombre hace alusión al origen de su propietario, quien, según el relato bíblico, fue formado por Dios mismo, del polvo de la tierra. Aquí vemos también la singularidad de este hombre.

Eva.- Cuando Dios dijo que “no es bueno que el hombre esté solo”, creó a la mujer, quien, como sabemos, su origen está en el mismo cuerpo del hombre, destinada a llevar en su seno la misma vida de sus descendientes, por eso su nombre: Eva (del hebreo חַוָּה, ḥavvâ), Significa «madre de los vivientes» o «dadora de vida».

Hay otros ejemplos de seres humanos que antes de nacer, ya tenían asignado su nombre, por el ministerio al que estaban siendo llamados:

Juan el Bautista.- “… pero el ángel le dijo: —¡No tengas miedo, Zacarías! Dios ha oído tu oración. Tu esposa, Elisabet, te dará un hijo, y lo llamarás Juan. (Lucas 1:13)

Jesús de Nazaret / Emanuel.- “… 21 Y tendrá un hijo y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». 23 «¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel, que significa “Dios está con nosotros”». (Mateo 1:21, 23)

La Biblia nos da ejemplos de que Dios puede cambiar el nombre a las personas, de acuerdo con sus planes; veamos:

Abraham.… cambiaré tu nombre. Ya no será Abram, sino que te llamarás Abraham, porque serás el padre de muchas naciones. (Génesis 17:5)

Sara.-15 … «Con respecto a Sarai, tu esposa, su nombre no será más Sarai. A partir de ahora, se llamará Sara. (Génesis 17:15)

Jacob.-28 —Tu nombre ya no será Jacob —le dijo el hombre—. De ahora en adelante, serás llamado Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. (Génesis 32:28)

Cuando Dios lleva a cabo sus planes de cambiar un nombre, casi siempre lo hace para asignar una misión o una nueva relación con Él. Así fue de Abram a Abraham, de Jacob a Israel o de Simón a Pedro (Mateo 16:18)

Un caso especial es el del Apóstol Pablo, o San Pablo, como se le conoce ahora. Cuando es nombrado por primera vez en la Biblia, se le llama Saulo, del griego: Σαούλ (Saoul) oΣαῦλος (Saulos), correlacionándolo con el nombre del primer rey de Israel Saúl del hebreo: שָׁאוּל‎; en hebreo moderno Sha’ul, y en hebreo tiberiano Šāʼûl. Ese nombre significa «invocado», «llamado» o «pedido» (de Dios o de Yahveh). El Apóstol se llamó a sí mismo Παῦλος (Paulos) en sus cartas escritas en griego. Este nombre aparece también en 2 Pedro 3:15 y en Hechos a partir de 13:9. Parece ser que él mismo se cambió el nombre; tomó el latino Paulus, quizá por su ciudadanía romana; sin embargo es relevante este cambio porque Paulus significa en latín «pequeño» o «exiguo».

Agamben propone que Saulo cambió su nombre por el de Pablo cuando mudó de estado, de libre a siervo/esclavo, siendo que se consideró servidor de Dios o de su mesías. Siguiendo esa línea de pensamiento, Pablo se habría considerado un instrumento humano pequeño (paulus, «pequeño»; Agustín de Hipona señala lo mismo en el Comm. in Psalm. 72,4: «Paulum […] minimum est»), de poco valor, escogido sin embargo por Dios, su Señor, para desempeñar una misión”. Fuente: Wikipedia.

De acuerdo con estas declaraciones, Pablo muestra una notable humildad ante Dios, su amo, digna de consideración, haciendo eco a su propia declaración de “Sed imitadores de mí, como yo de Cristo”.

Lo hasta aquí expuesto resulta relevante en cuanto a la importancia de ostentar un nombre que nos identifica como seres únicos; y teniendo esto como punto de partida vayamos a resaltar la importancia que tiene para Dios nuestro nombre.

Sabemos que nuestros padres nos escogieron el nombre que tenemos por muchísimas razones, que no tiene caso analizarlas; pero lo que importa realmente es que Dios, como nuestro Padre nos asignó un nombre que, por razones que se ignoran, no lo conocemos; la  Biblia no nos lo revela; lo que sí sabemos es que dicho nombre manifiesta nuestra verdadera personalidad, así como Dios ostenta muchos nombres, los cuales nos dan a conocer su naturaleza: Dios Creador, Todopoderoso, Fuerte, Señor; en otros pasajes de las Escrituras dice que también se llama: en que sana, el que provee, el que defiende, etc.

El punto que quiero destacar es que nuestro Padre ya nos tiene asignado un nombre nuevo, el cual manifiesta nuestra nueva personalidad en Él , transformados y encarnados; dicho nombre mostrará nuestra verdadera personalidad para siempre, unidos en una eterna comunión pericorética con el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y todos los seres humanos que hemos creído y confesado que Jesucristo ES el SEÑOR.

En los mensajes que Jesucristo envía a las iglesias de Asia, que podemos leer en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, hay siete promesas muy importantes para sus Hijos Amados; tales como: “… les daré del fruto del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios”. (Apocalipsis 2:7); “no sufrirán daño de la segunda muerte”. (Apocalipsis 2:11); “les daré del maná que ha sido escondido en el cielo”. (Apocalipsis 2:17); “Tendrán la misma autoridad que yo recibí de mi Padre, ¡y también les daré la estrella de la mañana!” (Apocalipsis 2:28); “Nunca borraré sus nombres del libro de la vida, sino que anunciaré delante de mi Padre y de sus ángeles que ellos me pertenecen”. (Apocalipsis 3:5); “los haré columnas en el templo de mi Dios, y nunca tendrán que salir de allí”. (Apocalipsis 3:12); “se sentarán conmigo en mi trono, tal como yo salí vencedor y me senté con mi Padre en su trono”. (Apocalipsis 3:21). Todas estas bendiciones constituyen el “paquete” de la salvación y la adopción de la humanidad, de acuerdo con su voluntad; pero, además de esas promesas, hay dos importantes escrituras que dicen: “Y le daré a cada uno una piedra blanca, y en la piedra estará grabado un nombre nuevo que nadie comprende aparte de aquél que lo recibe”. (Apocalipsis 2:17) “Yo escribiré sobre ellos el nombre de mi Dios, y ellos serán ciudadanos de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén que desciende del cielo y de mi Dios. Y también escribiré en ellos mi nuevo nombre”. (Apocalipsis 3:12)

Esto es lo maravilloso de la gracia, puesto que somos los Hijos Amados de nuestro Padre, concebidos santos y sin mancha desde antes de la creación del cosmos y adoptados como verdaderos hijos espirituales del Padre espiritual; llevaremos por siempre los apellidos de nuestro Padre y el nombre de la Familia.

La Biblia no nos dice si Dios nos asignó un nombre para esta vida mortal, aunque personalmente creo que sí; pero por alguna razón no los lo reveló. Lo que sí nos lo ha dicho es que tendremos un nombre que represente todo nuestro ser y personalidad (cuerpo-alma-espíritu) como nuestro hermano mayor, Jesucristo.

Me pareció oportuno y acertado el comentario de nuestro hermano David Ágreda al respecto:

“Esto es una demostración de cómo la relación con Dios es personal, individual. Al final de nuestra vida en esta tierra y llegar a la plenitud del Reino de Dios, no seremos como gotas de agua que caen en el océano y no se puede saber dónde está cada una. Para Dios cada persona es especial, un hijo amado de quien está complacido, con nuestra propia personalidad y características, que son las que definen nuestro nuevo nombre.

Personalmente creo que junto a nuestro nuevo nombre, Dios nos dará a cada uno una nueva misión para la eternidad, una misión que será de mucha alegría para nosotros al cumplirla, llenándonos de gozo por la eternidad, nunca nos aburriremos o cansaremos de lo que haremos”. (D. Ágreda)

¿Cuál es ese nombre que Dios nos tiene reservado? La curiosidad nos mueve a saberlo, sin embargo, como le dijo Cristo a Pablo: “Bástate mi gracia”, vivamos el resto de nuestra vida terrenal de manera que podamos honrar a nuestro Padre, en la presencia de Cristo, ayudados por el Espíritu Santo, con la esperanza de saber que, al final, seremos una familia unida y dinámica en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con un nombre por demás, excelso y con el apellido de la familia real y divina.  ◊

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