La oración: Escuchar y Responder a Dios – Parte III

Por Wilfrido González

En la segunda parte de esta serie reflexionamos acerca de que el agradecimiento y la adoración son dos elementos de la oración por medio de los cuales nos podemos sintonizar con Dios y permitirle comunicarnos su presencia. Ahora reflexionemos sobre los otros dos elementos: La confesión y la petición.

CONFESIÓN

Al adorar a Dios estamos reconociendo su grandeza y su perfección, y con eso en mente no podemos menos que ver nuestra pequeñez y nuestra imperfección, lo cual nos motiva a CONFESAR ante Él nuestra condición de incapacidad e insignificancia. Esa es la actitud de “perdónanos nuestras ofensas”. Pero también le confesamos a Dios que reconocemos en gratitud el hecho de que somos sus hijos muy amados, que estamos dentro del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y que, por lo tanto, tenemos la promesa de que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:7).

Por eso Dios puede obrar grandes cosas a través de aquel que tiene la actitud de CONFESION ante Dios:

Así dice el Señor: El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde, pues, está la casa que podrían edificarme? ¿Dónde está el lugar de mi reposo? Todo esto lo hizo mi mano, y así todas estas cosas llegaron a ser, declara el Señor. Pero a éste miraré: Al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra (Isaías 66:1-2).

Así que la confesión tiene dos caras: Por un lado venimos contritos, humildes y tristes al sentir que hemos fallado pero, por otro lado, no nos quedamos allí lamentándonos sino que aceptamos la gracia de Dios que nos limpia y nos justifica y levantamos la cabeza agradecidos y dispuestos a empezar de nuevo y seguir peleando “la buena batalla de la fe”.

Amigo lector, si has llegado a este punto en la lectura de esta serie debe ser porque te interesa mejorar tu comunicación con Dios. De eso se trata la oración, insisto, no de convencer a Dios de que nos dé lo que pedimos, sino de conocerlo mejor, de dejar que Él nos muestre su voluntad, y Dios dice que El mirará (pondrá atención) “al que es humilde y contrito de espíritu”.

Por eso la confesión es un elemento de tremenda relevancia para nuestra comunicación con Dios y para nuestro crecimiento espiritual. Pero muchos creyentes se pasan la vida esforzándose por desempeñarse lo suficientemente bien para que Dios los apruebe, y llevan cuenta de sus buenas obras, y se sienten bien por su desempeño espiritual. Para ellos “perdónanos nuestras deudas” son palabras que dicen porque Jesucristo lo instruyó así pero en realidad no lo sienten porque al hacer un balance de sus obras se consideran de “los buenos” mientras que allá afuera están los “malos” o “mundanos” (los ladrones, los mujeriegos, los drogadictos, los asesinos, los idolatras, etc.). Lo sé porque yo me sentía así, lo confieso, y no creo que haya sido el único. Y Dios sabe que es así, por eso Cristo expuso la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:10-14), y concluye declarando: Todo el que se engrandece será humillado, pero el que se humilla será engrandecido.

La confesión sincera, profunda, de corazón, le permite al Espíritu Santo fluir y manifestar su presencia en tu vida, y la manera en que se manifiesta es por medio de su fruto: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio (Gálatas 5:22-23)

¿No te gustaría que todas estas cualidades reflejaran tu carácter? Bueno, pues necesitas confesar humildemente ante Dios (y en ocasiones ante otra persona que sepa escucharte sin juzgarte, eso ayuda). Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho. (Santiago 5:16)

Con todo esto queda preparado el terreno (por así decirlo) para que le pidamos a Dios de acuerdo a su voluntad.

PETICIÓN

¿Qué es lo que le vamos a pedir a Dios cuando venimos a Él agradecidos? ¿Qué le vamos a pedir cuando venimos a Él adorándole y alabándole? ¿Qué le vamos a pedir cuando venimos a Él en confesión, humildes y contritos de espíritu? Seguramente en nuestras oraciones estará presente la petición de “hágase tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo” lo cual implica renunciar de corazón a que se haga nuestra voluntad. Tal vez esta sea la parte más difícil: Renunciar a hacer nuestra voluntad. Porque los cristianos a través de los siglos han repetido la frase “hágase tu voluntad” pero inconscientemente lo que frecuentemente queremos es que Dios haga nuestra voluntad. Yo creo que pasamos “de muerte a vida” en Cristo (1 Juan 3:14) cuando permitimos que el Espíritu Santo nos lleve al punto en que nos rendimos totalmente ante Dios y realmente estamos dispuestos a cederle el control de nuestras vidas.

Así que, si nuestras oraciones han de ser de provecho para nosotros tienen que pasar (por así decirlo) por el “filtro” de la confesión (renuncia, humildad absoluta ante Dios). Y entonces una de las primeras cosas que pediremos será “hágase tu voluntad” porque eso es lo que querremos que ocurra en nuestras vidas. Eso fue lo primero que dijo el apóstol Pablo cuando fue convertido, le pidió a Dios (a su manera) que le mostrara su voluntad: Señor, ¿qué quieres que yo haga? – ¿Cuál es tu voluntad para mí? (Hechos 9:6). Nuestras peticiones a Dios necesitan girar alrededor de un deseo sincero de que se haga su voluntad. Y una evidencia de ese deseo ante Dios y ante uno mismo es hacer aquellas cosas que obviamente son la voluntad de Dios.

Por ejemplo, a lo largo de la Biblia Dios nos exhorta a ofrendarle generosamente pero es un hecho que (en general) los cristianos alrededor del mundo gastamos más en diversiones que en apoyar organizaciones de ayuda o en apoyar la proclamación del Evangelio. Y no se trata de que no nos divirtamos sino que redefinamos nuestras prioridades “porque donde esté tu tesoro allí estará también tu corazón” (Lucas 12:34). Me resulta un poco incómodo tratar este punto porque sé que corro el riesgo de que se pierda de vista el enfoque. El enfoque NO es pedir tu apoyo económico para este ministerio sino en ayudarte a entender el propósito subestimado de la oración – conocer mejor a Dios, conocer y hacer su voluntad – y que si oramos “hágase tu voluntad” pero no tocamos nuestras carteras para ayudar a que se haga su voluntad (principalmente ayudar al prójimo y proclamar el Evangelio) entonces es dudoso que realmente queramos que se haga la voluntad de Dios ¡y nuestra oración sería vana! ¿Por qué me llaman Señor, Señor y no hacen lo que yo digo? (Lucas 6:46).

Otro ejemplo es que a veces oramos con dedicación pero guardamos resentimiento con alguna persona – no la hemos perdonado – y aun así decimos “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

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  • Necesitamos perdonarnos nuestras ofensas.
  • La confesión sincera, profunda, de corazón, le permite al Espíritu Santo fluir y manifestar su presencia en tu vida,
  • La petición de “hágase tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo” implica renunciar de corazón a que se haga nuestra voluntad.
  • El propósito subestimado de la oración es conocer mejor a Dios, y conocer y hacer su voluntad.

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Vemos pues que, al presentarnos ante Dios en oración, antes de pedirle algo NECESITAMOS preguntarnos: “¿Estoy agradecido con Dios, adoro a Dios en todos los aspectos de mi vida y vengo ante Él en humilde y absoluta confesión?” Si nuestra respuesta es un sincero y convencido “¡SI!” entonces seguramente nuestras peticiones serán conforme a su voluntad… ¡y Dios ciertamente responderá!

Pero nota por favor que, entendiendo en qué consiste la oración y cuál es su propósito, al presentarnos ante Dios realmente es como si nos colocáramos frente a un espejo que nos muestra tal cual somos: Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas (Gálatas 5:19-21).

Pero si reconocemos lo que vemos (alguna o varias de estas “obras de la carne”), y hacemos una pausa reflexiva, y aclaramos nuestra mente, y suplicamos su presencia (“venga tu reino”), y ESCUCHAMOS… entonces Dios nos comunicará su presencia y nos mostrará su voluntad. Pero, como lo mencioné anteriormente, no ocurre solo en un momento sino que es un proceso gradual – realmente es un proceso de toda la vida.


Este artículo es el tercero de una serie de cuatro acerca de la oración. Fue publicado en [wpfilebase tag=file path=’Odisea/Odisea-Cristiana-53.pdf’ tpl=filebrowser /]

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La Oración: Escuchar y Responder a Dios

  1. La Oración: Escuchar y Responder a Dios - Parte I
  2. La Oración: Escuchar y Responder a Dios - Parte II
  3. La oración: Escuchar y Responder a Dios - Parte III
  4. La Oración: Escuchar y Responder a Dios - Parte IV

Revista Odisea Cristiana – Junio 2015

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