Con el corazón se cree… con la boca se confiesa. (Romanos 10 y 11)

Por Rubén Ramírez Monteclaro

Cuántas veces le han preguntado, ¿Cree usted en Dios? Y la respuesta, por lo general siempre ha sido: Sí, sí creo. Pero, ¿realmente estamos conscientes del contenido y de la magnitud de nuestra respuesta?

¿Qué significa creer?

He aquí unas definiciones:

  • Dar por cierta una cosa que no está comprobada o demostrada. Peq Larousse.
  • Tener por cierto, aceptar como verdad.

“Una creencia es el estado de la mente en el que un individuo tiene como verdadero el conocimiento o la experiencia que tiene acerca de un suceso o cosa; cuando se objetiva, el contenido de la creencia contiene una proposición lógica, y puede expresarse mediante un enunciado lingüístico como afirmación».

Como mera actitud mental, que puede ser inconsciente, no es necesario que se formule lingüísticamente como pensamiento; pero como tal actúa en la vida psíquica y en el comportamiento del individuo orientando su inserción y conocimiento del mundo”. Wikipedia

  1. “Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado.
  2. Dar firme asenso (asentir: creer) a las verdades reveladas por Dios.
  3. Pensar, juzgar, sospechar algo o estar persuadido de ello.
  4. Tener algo por verosímil o probable”. RAE

El creer produce en nuestra mente un ejercicio y proceso que culmina con una afirmación verbal o actitudinal, cuando estamos convencidos de que lo que creemos es verdadero y mueve nuestras vidas como principio rector (Cristo es principio rector y la finalidad de nuestras vidas) “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin” (Apocalipsis 21:6) NTV

El ejemplo más didáctico del proceso mental de creer lo encontramos en el carcelero de Filipos, cuando Dios tocó su corazón y Pablo y Silas le expusieron las Escrituras: (Hechos 16:31-34) Ellos le contestaron Cree en el Señor Jesús y serás salvo, junto con todos los de tu casa. Y le presentaron la palabra del Señor tanto a él como a todos los que vivían en su casa. Aun a esa hora de la noche, el carcelero los atendió y les lavó las heridas. Enseguida ellos lo bautizaron a él y a todos los de su casa. El carcelero los llevó adentro de su casa y les dio de comer, y tanto él como los de su casa se alegraron porque todos habían creído en Dios”. NTV.

Me imagino la batalla mental que este hijo de Dios estaba librando, cuando se da cuenta que está al borde de la muerte y como Simón Pedro, cuando se estaba hundiendo, desesperado tomo la mano que su Salvador le extendía. Al escuchar las palabras de Pablo y Silas llenas de serenidad y amor, a pesar de la situación catastrófica; desesperado clama: “—Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30). La respuesta a su pregunta debe haber retumbado fuerte en su interior y se asió a ella con todas sus fuerzas, pensando también en su familia.

El creer (la fe) viene por el oír la Palabra de Dios, de algún heraldo que la anuncia; el carcelero termina su proceso mental cuando agradecido, atiende a sus salvadores, lavando sus heridas y se llena del gozo que sólo proviene de Dios, como fruto del Espíritu Santo, sellando su compromiso y comunión con su Dios y Salvador, con el bautismo, tal como lo registran las Escrituras: “Enseguida ellos lo bautizaron a él y a todos los de su casa. El carcelero los llevó adentro de su casa y les dio de comer, y tanto él como los de su casa se alegraron porque todos habían creído en Dios.

El apóstol Pablo, con toda la experiencia acumulada en su ministerio, nos habla y nos subraya aquella verdad de nuestro Señor, que dice: de la abundancia del corazón habla la boca”. (Mateo 12:34) RV60; Lo que uno dice brota de lo que hay en el corazón”. (Lucas 6:45) NTV

El apóstol Pablo les escribe a los cristianos de Roma y, por lógica, a nosotros también: «El mensaje está muy cerca de ti, está en tus labios y en tu corazón». Y ese mensaje es el mismo mensaje que nosotros predicamos acerca de la fe: Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.Pues es por creer en tu corazón que eres declarado justo a los ojos de Dios y es por confesarlo con tu boca que eres salvo”. (Romanos 10:8-10) NTV

¿Qué produce el creer en nuestro corazón? Produce un estado de seguridad y descanso, sabiendo que nuestro Dios amoroso comparte su misma naturaleza con nosotros y cumple sus promesas. “Como nos dicen las Escrituras: «Todo el que confíe en él jamás será deshonrado». No hay diferencia entre los judíos y los gentiles en ese sentido. Ambos tienen al mismo Señor, quien da con generosidad a todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo»”. (vv. 11-13). NTV

Cuando nos llenamos de su presencia, brota en nosotros un deseo genuino de gritar a los cuatro vientos que somos el amor de su vida, su especial tesoro, lo que se traduce en querer proclamar estas verdades. Dios así lo espera; continúa el apóstol: ¿Pero cómo pueden ellos invocarlo para que los salve si no creen en él? ¿Y cómo pueden creer en él si nunca han oído de él? ¿Y cómo pueden oír de él a menos que alguien se lo diga? ¿Y cómo irá alguien a contarles sin ser enviado? Por eso, las Escrituras dicen: «¡Qué hermosos son los pies de los mensajeros que traen buenas noticias!» (vv. 14-15) NTV

Entonces, la Palabra de Dios nos recuerda que nosotros también tenemos el privilegio de gozar de la misma presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como dice el apóstol: “porque unos cuantos del pueblo de Israel han permanecido fieles por la gracia de Dios, es decir, por su bondad inmerecida al elegirlos; y como es mediante la bondad de Dios, entonces no es por medio de buenas acciones. Pues, en ese caso, la gracia de Dios no sería lo que realmente es: gratuita e inmerecida. (Romanos 11:5-6) NTV

Aunque se está refiriendo al pueblo nacional de Israel, la misma Palabra de Dios  nos dice que si creemos, somos descendientes de Abraham; a nosotros también se nos ha dado el permanecer fieles a Dios por su “bondad inmerecida”. (Ver también mi reflexión: “Sólo cree… y confía”)

La presencia de Dios en nosotros provoca un estado de euforia y exultación tal que no hay palabras que lo puedan describir. El Rey David lo expresó vivamente en sus Salmos. De la misma manera los exhorto a unirnos al gozo y la danza eternos de nuestro Dios y junto con el apóstol Pablo reconozcamos su gracia diciendo: ¡Qué grande es la riqueza, la sabiduría y el conocimiento de Dios! ¡Es realmente imposible para nosotros entender sus decisiones y sus caminos! Pues, ¿quién puede conocer los pensamientos del Señor? ¿Quién sabe lo suficiente para aconsejarlo? ¿Y quién le ha entregado tanto para que él tenga que devolvérselo? Pues todas las cosas provienen de él y existen por su poder y son para su gloria. ¡A él sea toda la gloria por siempre! Amén. (vv. 33-36) NTV.

“Lo que «creemos» en realidad afecta a lo que «hablamos» y «hacemos». Cuando creemos la buena noticia de nuestra salvación, comenzamos a comportarnos como lo que somos: hijos amados de Dios. Los que no creen en Dios, siguen comportándose mal, en contradicción de lo que son: hijos amados por Dios, y eso trae sufrimiento”.

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