La desnudez de Adán

La desnudez de Adan

Cuando Juanito y Estelita escucharon por primera vez en la clase bíblica el relato de la creación, les causó extrañeza que Dios hubiera hecho a los primeros seres humanos desnudos; le preguntaron a la maestra que por qué Dios los había hecho así ya que iban a tener frío si no tenían nada con qué taparse.

A partir de la reflexión de Juanito y Estelita podemos reflexionar acerca de este hecho a la luz de las Sagradas Escrituras.

El autor del Libro del Génesis, en el Capítulo 1, versos 26 y 27 nos dice: “Entonces Dios dijo: «Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, para que sean como nosotros. Ellos reinarán sobre los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, todos los animales salvajes de la tierra y los animales pequeños que corren por el suelo». Así que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen. A imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó”. (Génesis 1:26-27)

Esta es una declaración muy importante porque nos dice cómo fue nuestro origen pleno, completo: cuerpo, alma y espíritu. Así es como Dios nos creó, a su imagen y semejanza: Él es Padre, Hijo y Espíritu.

Esta declaración complementa la que nos dan los científicos, quienes sólo se refieren al cuerpo físico, con actividad sensorial y psíquica, como el resultado de la actividad química de las neuronas, sin llegar a comprender que tenemos entidades invisibles tan importantes que complementan nuestro verdadero ser.

Veamos lo que Dios inspiró al autor del Génesis como el sustento del conocimiento revelado por el Creador en cuanto a nuestro origen.

“Ahora bien, el hombre y su esposa estaban desnudos, pero no sentían vergüenza”. (Génesis 2:25)

Esta es quizá la declaración que ocupa nuestra atención en este momento y lo que hizo reflexionar a Juanito y Estelita.

¿Qué significa la desnudez de los cuerpos de Adán y Eva?

Como sabemos, el ser humano es una unidad compuesta por cuerpo, alma y espíritu (1 Tesalonicenses 5:23), así que si el cuerpo estaba desnudo, así también lo estaban el alma y el espíritu. (Ver también mi reflexión: “Mi identidad en Cristo”)

El autor del Génesis nos dice que “… no sentían vergüenza”.

Esta oración gramatical tiene relevancia en cuanto a que anuncia un estado futuro, que nos muestra que hay algo irregular. Pero regresaremos a este punto.

Hemos experimentado la desnudez en la más primordial intimidad como cónyuges; así que, a partir de esta situación, veamos ciertos aspectos importantes:

  1. Al estar desnudos corporalmente, no ocultamos absolutamente nada; nos mostramos tal como somos, aunque a veces estemos en desacuerdo con nuestro cuerpo, porque le encontramos imperfecciones, pero Dios no las encuentra, para Él somos sus Hijos Amados, así, como somos, la misma imagen que nos devuelve un espejo. Este es el preludio de la entrega más sublime y excelsa.
  2. Nuestros pensamientos y sentimientos también se manifiestan sin ocultar nada, un cónyuge conoce lo que el otro piensa y siente, porque nada impide su manifestación en el marco del amor conyugal. Cada uno se esfuerza por complacer al otro.
  3. Ante Dios estamos desnudos de cuerpo, alma y espíritu, Él nos conoce porque nos hizo en una relación de tú a tú. Conoce nuestro cuerpo, por dentro y por fuera, conoce nuestro carácter y personalidad, nuestros pensamientos y sentimientos; nada de nosotros se oculta a sus ojos.
  4. Esta es la manifestación que más se acerca a la vida pericorética de Padre, Hijo y Espíritu. Así es como Dios nos concibió: “a su imagen y semejanza”.
  5. Esta es la vida que podemos experimentar en todas las manifestaciones de la vida, conyugal, familiar, social, eclesiástica; cuando creemos en Jesús y Dios viene a vivir dentro de nosotros. Así nos concibió nuestro amoroso Padre.

[pullquote]Ante Dios estamos desnudos de cuerpo, alma y espíritu, Él nos conoce porque nos hizo en una relación de tú a tú.[/pullquote]

Lo antes expuesto es demasiado hermoso y para muchos de nosotros nos parece muy lejos de alcanzar. Veamos por qué; la Palabra de Dios nos revela este hecho al hacer acto de presencia la desobediencia de Adán, el querer vivir sin la autoridad de su Creador: “En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse”. (Génesis 3:7)

Cuando Dios nos revela que los primeros seres humanos “sintieron vergüenza por su desnudez”, nos revela también que, como resultado del pecado, el alma de Adán sufrió una mutación, una transformación que produjo sentimientos que causaron daño a su ser total y sus ojos humanos captaron imperfecciones en el cuerpo que el Padre había creado perfecto, con cuánto amor y delicadeza. Sintió vergüenza a tal grado que se cubrió con lo que encontró a la mano, utilizando sus propios medios, olvidándose de quien es su proveedor. En este estado Adán no pudo ser capaz de tener una relación con su amoroso Señor: salió huyendo de quien lo ama sin tomar en cuenta la gran ofensa, porque el amor cubre el pecado, sin quitarle su magnitud.

Si Adán y Eva hubieran confesado su pecado y aceptada su impotencia para remediar las cosas, solicitando a su Creador su guía y dirección para salir adelante, estoy seguro de que Dios les habría contestado: “Dejen todo en mis manos, sólo mi amor les basta y yo pondré el remedio”. Pero no fue así; sin embargo, más tarde nos revela a nosotros la solución: “Sólo cree en Jesús y serás salvo”. (Hechos 16:31). Pero Adán y Eva veían en su mejor amigo a un dios severo, que exigía pago de dolor por la falta; ese era su miedo.

La desnudez de cuerpo, alma y espíritu produce en el corazón del ser humano miedo y miedo de quien nos ama, de quien se preocupa hasta lo sumo por sus Hijos Amados (Juan 3:16-17). Ante Dios y ante los demás seres humanos mostramos nuestra desnudez fácilmente identificable porque nuestra alma manifiesta actitudes y sentimientos de desconfianza, hasta de nuestro cónyuge; rompe la relación de amor en unidad con el Creador y vemos en cada ser humano un potencial enemigo, siendo que somos hermanos, hijos de un mismo Padre. La oscuridad cubre nuestro ser y no nos deja ver nítidamente la verdad de nuestra existencia, contenida en Jesucristo.

Cuando Dios se acerca confiado a sus Hijos Amados, se encuentra con que se han escondido; su amor inmenso lo mueve a acercarse al medroso Adán y lo conmina amorosamente: “El hombre contestó: —Te oí caminando por el huerto, así que me escondí. Tuve miedo porque estaba desnudo. —¿Quién te dijo que estabas desnudo? —le preguntó el Señor Dios—. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que te ordené que no comieras?” (Génesis 3:10-11)

Este no es un reproche, es una invitación a reconocer a través de la oscuridad, el vislumbre de la Luz Verdadera, pero Adán no pudo verla; tenía “carnosidades espirituales” en sus ojos que impidieron notar la presencia de su amoroso Padre y su ser reaccionó con un acto reflejo de defensa: “Tuve miedo porque estaba desnudo”.

Esa es la verdadera desnudez, producto del rechazo de nuestro amoroso Padre; estamos expuestos ante sus ojos tal como somos: transformados por el pecado; sin embargo, en su amor nos ha vestido con vestiduras de santidad, representadas por el sacrificio de seres inocentes que se sacrificaron en el Edén para vestir a Adán y Eva, anticipando proféticamente las vestiduras de santidad para toda la humanidad que ahora vestimos, por obra y gracia de nuestro Salvador Jesucristo.

  1. Baxter Kruger lo expresa maravillosamente: “El Señor aceptó a Adán con su vergüenza y se relacionó con él tal como era. Lo vistió”. (C. Baxter Kruger. “El Regreso a la Cabaña”. Edit. Diana. México, 2014. Pág. 185). Este acto refleja el amor, la aceptación y la relación verdaderos que emana desde dentro del corazón amante de nuestro Padre. Así nos ha aceptado y nos ha vestido.

Como consecuencia del pecado no queremos estar desnudos, ni siquiera ante nuestro Creador, pero cuando nos damos cuenta de que el Padre nos ama con un amor sin límites, anhelamos, como los héroes de la fe, estar ante Él, tal como somos, sin ocultarle nada de cuerpo, alma y espíritu, disfrutando de la relación perfecta de amor con y en Padre, Hijo y Espíritu, en la que nos ha incluido nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Dios no pasa por alto la magnitud del pecado, pero su amor lo lleva a pagar él mismo su precio; cuando comprendemos la grandeza y majestad de su amor, comprendemos quiénes somos, porque conocemos que a Dios sólo lo mueve su amor: “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él”. (Juan 3:16-17).

Alegrémonos y alabemos a nuestro amoroso Padre por su Amado Hijo Jesucristo en la presencia y el poder del Espíritu Santo y preparemos nuestro corazón para discernir la celebración que se avecina de la muerte y resurrección de nuestro Salvador.


Ruben Ramirez MonteclaroRubén Ramírez Monteclaro es profesor de Educación Primaria y Secundaria y Pastor Regional de la Comunión de Gracia Internacional en Veracruz, México.

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